El despertar alimentado por la ira

Como maestra de dharma, afirma Zenju Earthlyn Manuel, se le dice que no debe sentir ni expresar ira. Está en desacuerdo y revela cómo la ira puede ser “revitalizadora e iluminadora” y ayudar a “impulsar una transformación hacia el despertar.”

Zenju Earthlyn Manuel6 April 2024
“Homage to Mahakala,” 2007 by Tashi Mannox

Este verano, mientras visitaba a mi amiga y hermana de dharma, la Rev. Dana Takagi, me encontré con las enseñanzas del Daikoku. Takagi, maestra Soto Zen y profesora emérita de sociología en la Universidad de California en Santa Cruz, acababa de regresar de un viaje a Japón. Yo buscaba su ayuda para escribir un nombre en caracteres chinos en el rakusu, que es la túnica azul que se recibe al tomar los votos laicos en una ceremonia de preceptos, de una estudiante; el nombre que recibiría era Kokuji, que significa “medicina negra curativa”. Mi amiga sonrió y dijo: “Quiero contarte algo de lo que me encontré en Japón”. Dondequiera que iba, decía, se había encontrado con Daikokuten (Mahakala), deidad de la gran negrura. Daikokuten, uno de los siete dioses venerados en todo Japón, es la deidad de la protección y la prosperidad. Daikokutennyo, o Mahakali, representa el aspecto femenino de estas mismas cualidades. Una gran estatua de madera tallada de Daikokuten saluda incluso a todos los que entran en Sojiji, uno de los dos templos principales de nuestro grupo Soto Zen en Tsurumi, Japón.

Mi piel negra ha sido un bien deseado en ciertos rincones como marca evidente de diversidad, como si la diversidad no fuera una cosmología completa de todo el universo.

En el camino del Daikoku, la gran negrura, el negro no es sólo un color en concreto: es también la ausencia del color… y la expresión de la totalidad de los colores. La negrura es un camino que abarca todo lo que existe en esta tierra. Todos y todo emergió de la oscuridad, por lo tanto está en todas partes y en todo. Es nuestra percepción limitada la que distorsiona esta realidad.

Desde que me convertí en maestra de dharma por transmisión, la preocupación de los demás por la negritud —específicamente, la mía— ha sido casi ineludible. Estudiantes y maestros de todas las etnias me han dicho que mi propósito es hablar y actuar contra la injusticia racial. Y debo hacerlo bajo la mirada de la mahasangha, con alivio por haber cumplido la misión de la diversidad. Mi piel negra ha sido un bien deseado en ciertos rincones como marca evidente de diversidad, como si la diversidad no fuera una cosmología completa de todo el universo.

En tales contextos, a veces me he sentido como “el fantasma que se sentó junto a la puerta” (el personaje titular de la novela de 1969 de Sam Greenlee), sentada en el asiento de honor, pero sin la oportunidad de cambiar la “mente y cuerpo” del templo. Me invitan a dar pláticas de dharma, pero a menudo parece que sólo impresiono a la asamblea con mi cuerpo moreno ataviado con hábitos zen. Yo también percibo esta belleza cuando veo las fotos en las que aparezco con mis alumnos zen negros. Pero no es desde esta superficialidad que porto mis hábitos, cuencos, hossu y bastón.

Debido a que entrelazo mi experiencia de la negritud con las enseñanzas budistas, varios suponen que éstas se limitan al color de mi piel. A menudo, la asamblea parece desconcertada ante el giro de la rueda del dharma a partir de una experiencia que he vivido, pero con la que ellos no están familiarizados, y muchos expresan confusión sobre si realmente estoy defendiendo las enseñanzas del Buda o sólo estoy hablando del color de mi piel. No se trata de negar que muchos escuchan y reciben la verdad de mi enseñanza de dharma, pero puede resultar difícil lograr que se reconozca que las enseñanzas del Buda se pueden expresar desde una experiencia vivida de otra manera.

Por otro lado, se me ha condenado por mi participación en centros budistas que perpetúan el racismo. Pero ¿quién de entre nosotros no camina cada día por el fango del mundo? Y sí, he sufrido dentro de estos lugares. Incluso vistiendo los hábitos, algunos estudiantes y maestros no me consideran una maestra zen legítima, aún dentro de la institución en la que me ordené. Por supuesto, esto me mantiene humilde y evita que se me hinche la cabeza mientras llevo la okesa café. Como decía mi difunta maestra zen, Zenkei Blanche Hartman: “Cuando te moleste que no te vean, pregúntate: ¿quién me creo que soy?“. No hay respuesta a ello, sólo un momento de sobriedad y espacio para que la nada haga lo que suele hacer. Entra el silencio y habla la montaña.

Sin embargo, la ira persiste. Las lágrimas se derraman. Sé que es el fuego sagrado de la pasión, un ardor, desde el cual soy capaz de hablar sobre la injusticia desde un lugar que incluye la naturaleza liberadora de todos los seres. Mis precursoras de la justicia y maestras, bell hooks, Angela Davis, Jamaica Kincaid, Nikki Giovanni, Alice Walker, Nikky Finney y Toni Morrison han defendido estas enseñanzas desde donde han caminado y se han posado en este mundo. Llevo conmigo las enseñanzas sobre justicia de estas antepasadas mías a la contemplación, a la poesía zen, a la ofrenda de flores o incienso y a las enseñanzas de la tierra.

Para los maestros de dharma, existe una norma tácita de no sentir ni expresar ira. La ira se considera una falta de iluminación. En nuestras comunidades de dharma, como en nuestra vida cotidiana, la mayoría de las veces llevamos máscaras de cortesía para ocultar la ira que sentimos. Sin embargo, sentir plenamente es ser plenamente humanos. Si no podemos ser honestos sobre la condición humana, no podremos escuchar los gritos de la tierra ni experimentar la liberación. Es cierto que la ira, como el fuego, con el que a menudo se le compara, puede ser dañina y quemarlo todo a su paso. Pero la ira también puede dar vida, iluminando lo que debe ser expuesto antes de que la humanidad pueda virar hacia una mayor experiencia de interrelación y amor. Yo también siento ira, pero en lugar de arremeter contra mi dolor y mi angustia, he aprendido a utilizarla para alimentar una transformación hacia el despertar.

Con demasiada frecuencia, quienes ostentan el poder no saben cómo crear un camino de dignidad y libertad.

Varios maestros de dharma blancos me han confiado que temen la ira expresada por los estudiantes de color. Pero estos estudiantes están justo donde deben estar. ¿Podemos, como maestros de dharma, coincidir con ellos en este espacio? ¿Podemos enseñarles a pesar de su ira? La ira expresada no es personal: es una respuesta a los malos tratos prolongados unida al deseo de fomentar su práctica de la libertad. La ira es causada por el hastío: hemos ingresado en el sendero del Buda para encontrarnos con el despertar y la consciencia, y sin embargo pasamos gran parte de nuestro tiempo “demostrándonos” a nosotros mismos que somos merecedores de dignidad humana.

Muchos centros budistas, universidades y demás instituciones se esfuerzan por paliar los desequilibrios causados por la opresión. Pero si este trabajo se hace sólo por miedo a la ira, ese miedo puede limitar el trabajo o provocar acciones poco sabias, como elevar a personas de color a puestos para los que aún no están preparadas, lo cual resulta en una especie de robo del desarrollo. Aunque bienintencionadas, las medidas de diversidad tales como becas y patrocinios, no son una expresión adecuada de la enseñanza fundamental del Buda sobre la interrelación. No alivian la alienación ni el miedo que motivan tales ofertas.

El miedo a la ira hace que algunos centros budistas expongan la negritud u otras formas de diversidad, con la esperanza de animar a otras personas de color a participar. Sin embargo, con demasiada frecuencia, quienes ostentan el poder no saben cómo crear un camino de dignidad y libertad. Las personas de color son invitadas a entrar y luego son utilizadas por otros para vencer sus miedos o para practicar —no muy hábilmente— la buena voluntad.

La experiencia relativa de la inclusividad, por su parte, se ve lastrada por la intención de desaprender formas perjudiciales, lo que lleva a intentar “arreglar” algo. Hay sufrimiento en ello. La inclusión no necesita arreglo. Es algo que ya existe y ha existido desde mucho antes de que naciéramos. Todo existe en la total inclusión. Esa es la verdad absoluta de la diversidad. Las instituciones, budistas o no, deben crear un camino del corazón que conduzca a una experiencia de inclusividad, en lugar de fabricar un tipo de diversidad que proceda de la mente o se base en técnicas que eludan el claro camino del Buda hacia la cesación del sufrimiento.

Yo hice mis votos dentro de la negrura mayor, no de la negrura de la herida y el trauma de la opresión. La negrura de la opresión fue lo que quedó cuando la negrura mayor fue despojada hace mucho tiempo de su verdadera belleza, expansividad y misterio. Cuando planto mis pies en la tierra, estoy en el camino del Daikoku. En estos tiempos, nuestra ira es un llamado a cultivar nuestra mente–corazón y a abandonar una conciencia distorsionada de la negritud y la blancura que, en última instancia, manifiesta sufrimiento cuando perdemos de vista lo que es descansar en la inmensidad de ambas y de todo lo que hay de por medio. Nuestro linaje es la tierra.

Al nombrar a mi alumna Kokuji, estaba sacando la enseñanza del Daikokuten desde lo más profundo de mi ser. Yo elegí el nombre, con la ayuda de la Rev. Shosan Victoria Austin, porque a esta alumna en concreto le encantaba su negritud. Mi visión era que ella encontraría, redescubriría y viviría el Daikoku, la mayor negrura, a pesar de la opresión. Su nuevo nombre está libre de la opresión experimentada en esta vida mundana. No tiene que demostrar ser digna. Nunca ha necesitado hacerlo. Al nombrarla así, me he dado cuenta de que es dentro del misterio del Daikoku donde llevo mis hábitos, cuencos, hossu y bastón. La prosperidad del Daikoku y la protección prometida es la ausencia de malos tratos prolongados.

Que podamos todos permanecer en el Daikoku, la gran negrura de la prosperidad y la protección.


ACERCA DE ZENJU EARTHLYN MANUEL

Es sacerdotisa Soto Zen, autora y poeta. Heredera del dharma de la difunta Zenkei Blanche Hartman en el linaje de Shunryu Suzuki Roshi, su práctica también está influenciada por las tradiciones indígenas nativas americanas y africanas. Su libro más reciente es The Shamanic Bones of Zen: Revealing the Ancestral Spirit and Mystical Heart of a Sacred Tradition.


ESTEFANIA DUQUE (TRADUCTORA)

Estefania es licenciada en Lenguas Modernas e Interculturalidad por la Universidad De La Salle Bajío. Creció en la calidez de la comunidad budista de Casa Tibet México y actualmente cursa un Programa de Formación de Traductores de Tibetano en Dharma Sagar, con la aspiración de traducir el Dharma directamente del tibetano al español.

Zenju Earthlyn Manuel

Zenju Earthlyn Manuel

is a Soto Zen priest, author, and poet. A dharma heir of the late Zenkei Blanche Hartman in the Shunryu Suzuki Roshi lineage, her practice is also influenced by Native American and African indigenous traditions. Her most recent book is The Shamanic Bones of Zen: Revealing the Ancestral Spirit and Mystical Heart of a Sacred Tradition.