La mayoría de las personas llega a la práctica del Zen sin saber muy bien qué esperar. Las imágenes populares de estrictos maestros Zen, rigurosos retiros y experiencias de iluminación obtenidas gracias al trabajo duro pueden ocultar el hecho de que, en última instancia, el Zen tiene tanto que ver con las relaciones y la interacción como con cualquier otra cosa. Pensemos en la literatura koan, por la que el Zen es famoso. A simple vista, estas historias destellan enigma y una maravillosa pátina de exotismo (al menos para los occidentales). Pero si rascamos la superficie, nos damos cuenta de que las historias tratan básicamente de encuentros entre personas.
La literatura del koan Zen es esencialmente dialógica. La típica historia Zen implica a dos o más personas, que parecen tener una relación íntima entre sí, sacando a relucir la enseñanza de formas dinámicas, e incluso divertidas. Ya que los protagonistas se conocen tan bien y comparten un compromiso serio y duradero con el dharma, no necesitan formalidades. Sus discusiones (que, en ocasiones, no contienen palabras) son siempre lacónicas, ásperas y llenas de jerga cariñosa y bromas, y la relación en sí misma—con todos sus desperfectos y contradicciones— es a menudo el tema tratado. Así que, contrario a lo esperado, las historias Zen pueden tener algo nuevo que decir sobre la naturaleza delicada y problemática de las relaciones.
He aquí algunas historias que ilustran lo anterior:
Logan preparaba pasteles de arroz para ganarse la vida. Pero cuando conoció al sacerdote Tianhuang, abandonó su hogar para seguirle.
Tianhuang le dijo, Sé mi ayudante. A partir de ahora te enseñaré la entrada esencial del dharma.
Al cabo de un año, Longtan dijo: Cuando llegué, usted dijo que me enseñaría. Pero hasta ahora nada ha sucedido. Tianhuang afirmó: Te he estado enseñando todo este tiempo. Longtan dijo: ¿Qué me ha estado enseñando? Tianhuang dijo: Cuando me saludas, me inclino. Cuando me siento, te quedas de pie a mi lado. Cuando me traes el té, yo te lo recibo.
Y otra historia más:
Un día, mientras Guishan estaba acostado, Yang-shan fue a verle. Guishan dijo: —Déjame contarte mi sueño.
Yangshan se inclinó para escuchar. Guishan dijo: —¿Podrías interpretarme el sueño? Quisiera ver cómo lo haces.
Yangshan trajo una vasija con agua y una toalla. Guishan se lavó la cara y se incorporó. Entonces entró Xiangyan.
Guishan dijo: —Yangshan y yo hemos estado compartiendo milagros. No es un asunto menor.
Xiangyan dijo: —Estaba al lado y los oí.
Guishan le dijo: —¿Por qué no lo intentas?
Xiangyan preparó un tazón de té y se lo llevó.
Guishan los elogió, diciendo: —¡Ustedes dos, estudiantes, superan incluso a Shariputra y Maudgal-yayana con su actividad milagrosa!”.
Son historias maravillosas sobre personas que se conocen tan bien y cuyas mentes y corazones están en tal armonía que no necesitan dar explicaciones ni discutir. Son tan cercanos que pueden comunicarlo todo con un cuenco de agua o una reverencia. Al simplemente apreciar estar juntos, compartiendo la vida básica e íntimamente, se entienden a un nivel mucho más allá de las necesidades y deseos ordinarios y de las argumentaciones. Por supuesto, no todas las historias Zen ilustran este acuerdo perfecto entre los practicantes, pero las que lo hacen son elocuentes justo de esta manera; comunican que el simple hecho de estar juntos con amabilidad y calidez, dejando de lado las historias y apreciando la profunda presencia humana del otro, es la totalidad de la enseñanza. Aquí no se mencionan ideas de meditación, rituales esotéricos ni doctrinas budistas sofisticadas. La relación íntima y afectuosa es el milagro que tanto conmueve a Guishan.
Alguien me dijo hace poco: “Conozco tus pies”. Esto es algo divertido e íntimo. En la práctica del Zen pasamos mucho tiempo juntos en la sala de meditación, haciendo cosas al unísono: sentarnos y levantarnos, estar de pie, caminar y comer. No es inhabitual que pasemos una semana juntos en un retiro así, sin hablar ni mirarnos a la cara. Pero apreciamos y reconocemos la presencia de los demás. Algunos llevamos túnica y los pies descalzos. Nos vemos los pies y las manos, y reconocemos con una reverencia los cuerpos de los demás al pasar.
En general, podemos conocer a alguien bastante bien —incluso puede ser un buen amigo—, pero es posible que no conozcamos sus pies o sus manos, o que no asimilemos plenamente el sentido de su cuerpo cuando está cerca de nosotros. Aunque sepamos cómo es, puede que no nos hayamos fijado realmente en su cara, ni en su voz, ni en la forma en que se mueve cuando está profundamente conectado con sus sentimientos. Sin embargo, ¿qué somos, sino nuestros pies, nuestras manos, nuestro rostro, nuestra voz y nuestra forma de movernos?
En lugar de nuestros cuerpos, lo que conocemos de los demás en el mundo ordinario son nuestras historias, nuestras palabras y creencias sociales, nuestros deseos, necesidades y quejas. Una relación funciona a través de la división de las necesidades, deseos y opiniones de dos personas, que pueden, o no, armonizar en un momento dado. Y cuando no armonizan, ¿qué sucede? ¡Con razón las relaciones son tan complicadas!
En cambio, las relaciones en estas historias Zen son prístinas en su claridad y sencillez. Cualquier conflicto o controversia que haya podido existir se habrá resuelto con años de práctica por parte de ambos. Dispuestos, por fin, a estar presentes con lo que hay, los protagonistas pueden verse perfectamente presentes unos con otros tal y como son. Al compartir el compromiso mutuo, pueden compartir la vida. Pueden conocerse con una intimidad que va más allá de la abstracción del argumento y el deseo. Parece que se aprecian lo suficiente como para sentirse cómodos planteando las cuestiones más desafiantes de la vida.
Poema
Estás enferma y por eso te llevo
y te recuesto en la habitación oscura,
yaces respirando suavemente y te sostengo la mano sintiendo las yemas de los dedos relajarse mientras llega el sueño.No duermes más que unas horas
y la enfermedad es menos grave que mi ira o mi crueldad,
y el dormitorio oscuro es como un anticipo de otras oscuridades que vendrán más tarde y que todos deberemos afrontar solos,
pero aquí se me permite estar contigoDespués de un rato de sueño, tus dedos se aferran con fuerza
De “Beyond Remembering: The Collected Poems of Al Purdy,” editorial Harbour Publishing, 2000.
y sé que sea lo que sea lo que esté ocurriendo,
el miedo enroscado en los sueños o el brillante traspaso del dolor, no hay nada que pueda hacer excepto sostener tu mano y no marcharme.
—Al Purdy
El columnista del New York Times y comentarista de televisión David Brooks ha escrito un libro titulado El Animal Social en el que resume la plétora de estudios recientes sobre el cerebro y las emociones. Sabiamente, considera que esta investigación está relacionada con su interés por la política y la sociedad. La mayor parte de lo que sucede entre nosotros, dice, no es lo que creemos que sucede. Nuestras interacciones, inconscientes y no intencionadas, son sutiles y, en gran medida, desconocidas para nosotros. Nuestras relaciones son realmente tan misteriosas y resistentes a la explicación como los antiguos maestros Zen las concebían. Estamos en presencia del otro, nos impregnamos de su ser, nos conocemos y nos influimos mutuamente, y nos damos la vuelta el uno al otro por el simple hecho de estar en su presencia. Siempre nos encontramos respirando, sentándonos, caminando y estando de pie juntos; la unión es más evidente en las salas de meditación silenciosas.
Es cierto que los maestros Zen de antaño vivían vidas de silencio, meditación, rituales, sabiduría y enseñanza que creaban una atmósfera no ordinaria en la que sus necesidades y deseos podían verse con claridad y transparencia. Así que, con el tiempo, podían esperar llegar a sentir que vivían en un nivel más básico y visceral, y, en este nivel, la relación es sincera y clara. Te impregnas de la presencia del otro, de sus manos, sus pies, su rostro y su voz, y se convierte en un verdadero amigo. Luego, a lo largo de los años y las décadas, esta amistad madura y se profundiza hasta convertirse en hermandad: un verdadero parentesco espiritual. Viven el mismo sueño, y lo saben. No hace falta explicar o debatirlo.
Recientemente, asistí a un funeral en el Centro Zen de San Francisco por el sacerdote Shuun MitsuZen, Lou Hartman, que había fallecido a la edad de noventa y cinco años. Llevaba sesenta y tres años casado con Zenkei Blanche Hartman, quien fue coabad del centro junto conmigo hace una década. Para iniciar la ceremonia, como es costumbre en el Zen, Blanche llevó las cenizas de Lou a la sala de los budas y las colocó en el altar. Aunque probablemente haya muy pocas personas que aprecien la enseñanza budista de la impermanencia tanto como Blanche, lloró bastante mientras depositaba las cenizas. Y yo también.
Lou había sido bastante conocido en el centro Zen por hablador, cascarrabias y gran escéptico. Era absolutamente fiel a la meditación diaria y a la práctica ritual y se ocupaba constantemente de los altares y las pequeñas reparaciones, pero despreciaba abiertamente cualquier tipo de falsedad o hipocresía, era casi incapaz de aceptar nada sólo por fe y no tenía ni un pelo de piadoso en el cuerpo. Sus modales eran bruscos y probablemente asustaban un poco a los nuevos alumnos, y en cierto modo, a pesar de su largo matrimonio, paternidad y muchos años de vida comunitaria en el templo, era un hombre solitario; así que las expresiones de amor y ternura hacia él que se hicieron en el funeral fueron un elocuente testimonio de que lo que cuenta en la interacción humana no es la dulzura externalizada, las cordialidades o la satisfacción de las necesidades y expectativas de los demás: es la capacidad de mostrarse íntima y honestamente, con todo tu ser, para y con los demás, a lo largo del tiempo. No es necesario que las personas a las que amamos sean perfectas, ni siquiera que superen lo que podrían ser graves defectos personales. Al convivir durante mucho tiempo con la práctica como telón de fondo, podemos superar nuestra necesidad de que los demás sean como nos gustaría que fueran, y apreciarlos por como realmente son.
Puede que los monjes célibes de la antigua China y los sacerdotes casados del Centro Zen de San Francisco vivan en situaciones inusuales, pero el modelo básico de lo que han aprendido de la tradición Zen sobre las relaciones nos es útil a los demás. Aunque no seamos capaces de imitar sus vidas, estoy seguro de que podemos encontrar la manera de captar la esencia de la práctica que han realizado, y eso puede ayudarnos con nuestros problemas de relación contemporáneos. Por supuesto, hay que hacer un gran esfuerzo: meditar por cuenta propia y en retiros grupales, escuchar las enseñanzas y esforzarnos a diario por prestar atención. Pero son esfuerzos que pueden hacerse de forma realista y satisfactoria, si les damos prioridad.
Lo más importante es volver a la presencia cada día, a la respiración, a sentarse, caminar y estar de pie, y recordar que eso es lo que somos. Es una práctica que podemos hacer con tanta integridad como Guishan, Longtan o Lou Hartman. Podemos recordarnos a nosotros mismos que cuando se despiertan nuestras pasiones, o cuando sentimos que nuestras necesidades no están satisfechas, podemos volver a la presencia y simplemente sentir lo que sentimos, con cierta templanza. No necesitamos hacer que desaparezca y no necesitamos insistir en que los demás hagan lo que creemos que necesitamos que hagan.
Por supuesto, no podemos esperar que nuestras vidas transcurran tan plácidamente como las de los antiguos maestros Zen chinos cuyas historias he utilizado aquí (y recordemos que son historias, no memorias). En la vida real, las relaciones implican negociación, mediación y, a veces, una separación necesaria. Pero la situación cambia si todo esto se hace con una base más profunda, con un conocimiento y un aprecio mutuos más profundos, en lugar de limitarse a las necesidades y los deseos.
A lo largo de los años he comprobado que cuando una pareja practica junta, su relación tiene una base o fundamento. Aunque haya momentos difíciles, de algún modo el retorno a la presencia humana básica —la propia y la de los demás— les hace recuperar el aprecio y el afecto.
En las relaciones, al igual que en la práctica espiritual, el compromiso es crucial. Tanto en el Zen como en el matrimonio existe la práctica de hacer votos, de emprender intencionadamente un camino, aunque sepamos que no llegaremos al destino. El voto es la liberación del capricho y la debilidad. Crea posibilidades que no se darían de otro modo, porque cuando estás dispuesto a atenerte a algo, pase lo que pase, aunque de vez en cuando no tengas ganas de atenerte, surge una magia, y te encuentras sintiendo y haciendo cosas nobles de las que no sabías que eras capaz.
Desde las cumbres de las montañas orientales
Se ha alzado una luna blanca y brillante,
Y el rostro de una joven
Brilla en mi mente.Si la que me ha cautivado
Se quedara conmigo para siempre,
Sería como encontrar
Una joya en el fondo del mar.Si una mente obsesionada como yo lo estoy contigo
Se volviera hacia la sagrada religión,
En una vida, en este mismo cuerpo,
¡La budeidad, en verdad!Cuando el cuco voló al norte de Mön,
Trajo el dulce rocío de una estación más cálida.
Cuando mi amante y yo estamos juntos,
El cuerpo y el alma se levantan lánguidos y relajados.No te importan las montañas ni los valles
Que se extienden al este, entre este lugar y Gong;
Cuando el amor se apodera de tu corazón,
Como un semental, puedes ir a cualquier parte.Sobre las montañas occidentales,
Nubes blancas hierven en el cielo;
Las nubes son fragante humo de incienso,
Una ofrenda de la chica que ha ganado mi corazón.¿Dónde se levanta el viento?
Se levanta en un país lejano.
El cuerpo de mi dulce amante
Vino a mí en el viento infalible.La cabeza de caballo del buque se yergue tan alta,
De “White Crane: Canciones de amor del Sexto Dalai Lama”, traducido al inglés por Geoffrey Waters. Reimpreso con el permiso de White Pine Press.
Que las banderas de oración ondean al viento tras ella.
No te preocupes, tranquiliza tu corazón,
Nuestro amor estaba destinado antes de nacer.
El amor real puede incluir el deseo, por supuesto, y el deseo es conmovedor y poderoso: ¡puede incluso hacer zozobrar el barco de un gran maestro Zen! Pero el deseo no es lo único que hay, ni tiene por qué definir o limitar nuestro amor. En la medida en que amar a alguien es estar ahí para él o ella, pase lo que pase, siempre tenemos que ir más allá del interés propio y del deseo, aunque, paradójicamente, el amor en sí mismo, como máxima abnegación, puede ser la experiencia personal más satisfactoria que hay. En general, cuando las personas se unen en relaciones íntimas con alguna práctica espiritual seria como base común, sus posibilidades de éxito como pareja se maximizan y, como en el caso de Blanche y Lou Hartman, ese éxito puede profundizarse y enriquecerse con el tiempo.
En nuestra historia, Tianhuang dice: “Cuando me saludas, me inclino”. Inclinarse es una forma antigua de mostrar reverencia y respeto. En nuestra cultura tenemos el apretón de manos. Quizá sea más íntimo que una reverencia porque nos tocamos, mano cálida con mano cálida. Pero dicen que el origen del apretón de manos es el recelo y la desconfianza. El apretón de manos es un gesto de paz e inofensividad porque demuestra que no llevamos un arma en la mano. Nuestras manos están vacías de agresividad y lo demostramos ofreciendo nuestra mano y tomando la del otro. Así que el apretón de manos es más íntimo que la reverencia, pero la intimidad se basa en la posibilidad de agresión. En cambio, al inclinarnos estamos reconociendo una cordialidad y un respeto, pero también una distancia. Una reverencia expresa nuestro amor y respeto, pero el espacio entre nosotros cuando nos inclinamos también expresa que comprendemos nuestra soledad, y que nunca podemos inferir que nos comprendemos mutuamente. Nos encontramos en el espacio vacío entre nosotros. Un espacio cargado de apertura, silencio y misterio.
Hace un tiempo conocí a dos personas de mediana edad que acababan de formar una pareja. Cada uno de ellos no había tenido sino relaciones problemáticas durante toda su vida, desde la infancia, pero esta vez tenían esperanzas. Dado su condicionamiento en el pasado, estaban comprensiblemente nerviosos y buscaban ayuda. Ya habían encargado varios libros, estaban buscando terapia de pareja y se preguntaban qué consejos Zen sobre relaciones tenía yo para ellos.
“Practiquen esto todos los días”, les dije. “Háganlo a primera hora de la mañana (o, preferiblemente, a segunda hora, después de meditar juntos): Siéntense uno frente al otro y díganse: ‘Hoy estoy agradecido de que estés en mi vida’. Díganse estas palabras, aunque les resulte difícil. Si no las creen, díganlo. Digan: “Acabo de decir que estoy agradecido de que estés en mi vida, pero esta mañana no lo siento, aunque me gustaría sentirlo”, y vuelvan a intentarlo. Intenten decirlo tres veces y, si aun así no consiguen sentirlo, díganlo y déjenlo hasta el día posterior. Después, inténtenlo de nuevo al día siguiente, preparándose de antemano al recordarse que realmente tienen suerte de estar vivos, de estar íntegros y sanos, y de tener a alguien dispuesto a compartir su vida con ustedes.”
Ninguna de estas cosas es automática ni permanente. Estar vivo con los demás: no hay nada más básico y, sin embargo, no hay mayor práctica espiritual.
ACERCA DE NORMAN FISCHER
Zoketsu Norman Fischer es poeta, ensayista y sacerdote budista soto Zen que ha publicado más de treinta volúmenes de poesía y prosa, entre ellos el más reciente When You Greet Me I Bow. Es el fundador de Everyday Zen, una comunidad con sede en la bahía de San Francisco, así como antiguo abad del Centro Zen de San Francisco. Él y su esposa, Kathie Fischer, también sacerdotisa soto Zen, tienen dos hijos y tres nietos y viven en Muir Beach, California.
ACERCA DE ESTEFANIA DUQUE (TRADUCTORA)
Estefania es licenciada en Lenguas Modernas e Interculturalidad por la Universidad De La Salle Bajío. Creció en la calidez de la comunidad budista de Casa Tibet México y actualmente cursa un Programa de Formación de Traductores de Tibetano en Dharma Sagar, con la aspiración de traducir el Dharma directamente del tibetano al español.