Lo que en verdad nos hace felices

Como maestro budista, psiquiatra y destacado investigador, el Dr. Robert Waldinger estudia la vida desde tres perspectivas muy diferentes, pero afirma que todas llegan a la misma conclusión básica sobre lo que realmente hace que nuestras vidas sean felices y tengan sentido, y lo que no. Ilustraciones de Libby Burns.

Robert Waldinger25 January 2024

Melvin McLeod: Su nuevo libro se titula Una Buena Vida: El mayor estudio mundial para responder a la pregunta más importante de todas: ¿Qué nos hace felices? Así que antes de llegar a la pregunta a la que todos queremos respuesta —¿qué es lo que realmente nos hace felices?—, háblenos del famoso estudio sobre la felicidad humana que usted dirige y en el que se basan sus conclusiones.

Robert Waldinger: Lo que hace único al Estudio de Harvard sobre el Desarrollo Adulto es que hemos estudiado a las mismas personas durante toda su vida adulta. El estudio se inició en 1938, por lo que este año es el número ochenta y cinco. Comenzamos con un grupo de adolescentes del Harvard College y otro grupo de adolescentes de los barrios más pobres de Boston. Ambos grupos, uno muy privilegiado y otro muy desfavorecido, fueron observados durante toda su vida. Luego incluimos a los cónyuges, y ahora estudiamos a sus hijos, que son baby boomers, de modo que el estudio tiene equilibrio de género.

Así que, al observar y hablar con personas a lo largo de toda su vida, ¿qué ha descubierto sobre lo que hace que la vida sea feliz y significativa?

Hay dos descubrimientos importantes que sobresalen. Uno es algo que nos habrían dicho nuestros abuelos, y es que, si cuidas tu salud, serás más feliz, estarás más sano y vivirás más. No es sorpresa alguna, pero es importante saber que hay datos científicos que demuestran que cuidar nuestro cuerpo —no beber demasiado, hacer ejercicio, y demás— es importante para llevar una vida feliz.

Cuando las personas de nuestro estudio se dedicaban a cosas del mundo que iban más allá de sí mismas, eran mucho más felices.

El segundo descubrimiento nos sorprendió más. Descubrimos que las personas más sanas, felices y longevas eran las que mantenían relaciones cálidas y estrechas con otras personas. Así que las buenas relaciones permean tu cuerpo y repercuten en tu salud.

Por supuesto, gran parte de nuestra cultura popular —música, películas, programas de televisión—está dedicada a esa misma idea: que las buenas relaciones, en especial las románticas, son la clave de la felicidad. Pero su estudio demostró que también propician una mejor salud.

Sí, esa fue la sorpresa. También descubrimos que no se trata tan sólo de las parejas sentimentales. De hecho, no es necesario tener una pareja para obtener estos beneficios. Nuestro estudio demostró que, en realidad, se trata de la experiencia de estar conectado con alguien, o incluso sólo con un par de personas con las que se sienten vínculos cálidos y estrechos. Muchos de nosotros no tenemos pareja, pero resulta que eso no es esencial para los beneficios de los que hablamos.

¿Qué nos dicen estas conclusiones sobre cómo debemos llevar nuestras vidas u ordenar nuestras prioridades?

Una de las cosas que descubrí al realizar este estudio es que las personas que obtuvieron estos beneficios eran las más activas a la hora de cuidar sus relaciones. Solía pensar que mis amigos cercanos siempre serían cercanos, así que no necesitaba hacer mucho para mantener las amistades.

Pero lo que sabemos es que incluso las relaciones más sólidas pueden marchitarse por negligencia. Así que en verdad debemos cuidar activamente de nuestras relaciones. He estado en Harvard toda mi vida adulta, y la filosofía de Harvard es el logro, ¿no? Yo era capaz de trabajar veinticuatro horas al día, siete días a la semana, y todos los fines de semana me encontraba ante la computadora, trabajando.

Pero ahora, después de ver los resultados de este estudio, me pongo a pensar: ¿a quién no he visto últimamente? ¿Con quién me gustaría conectar? Elijo a conciencia conectarme. Busco a mis amigos y les pido que vayamos a tomar un café. Eso es algo que no acostumbraba a hacer, así que el estudio ha cambiado mi manera de llevar la vida.

Hay muchas cosas que, según nos dicen, nos harán felices. El dinero, el estatus, el lujo, la seguridad: todas las cosas que el sistema nos incentiva a perseguir. Pero su estudio nos demuestra que lo que realmente hace la vida más feliz y significativa, e incluso más saludable, es la conexión humana, no cosas como la carrera, el éxito o el dinero.

Es cierto que se siente bien el conseguir cosas que nos importan. Pero lo que descubrimos es que los premios y la riqueza que perseguimos, la fama que buscamos, son cosas que no hacen más feliz a la gente. No necesariamente las hacen infelices, tampoco. Simplemente no son algo relevante para la felicidad. Lo que es en verdad relevante para la felicidad es si te sientes involucrado en actividades que te importan y pasas tiempo con personas que te importan.

Si el propósito de una buena sociedad es ayudar a la gente a llevar una vida feliz, y ese es el objetivo, entonces ¿cómo deberíamos cambiar nuestras políticas a la luz de lo que usted ha descubierto que realmente hace feliz a la gente?

Solíamos pensar que mientras el PIB subiera, todos seríamos más felices. Pero hemos descubierto que no es así. Lo que sabemos es que si invertimos en capital humano —en desarrollo y conexión humanos— los beneficios son grandes y a muy largo plazo.

Una manera de hacerlo es mediante programas de aprendizaje social y emocional en las escuelas, de los que el Dalai Lama ha sido un gran promotor.

En Una Buena Vida se habla mucho del aprendizaje social y emocional porque resulta muy útil. En todo el mundo, decenas de miles de jóvenes han seguido estos programas y han comprobado que les va mejor en las asignaturas académicas, se meten en menos problemas y se involucran menos en la droga y la delincuencia. Se convierten en jóvenes más felices y saludables.

En este estudio, ¿cómo definen la felicidad usted y los participantes? ¿Se mide la felicidad en un sentido relativo, como menor sufrimiento, o quizá el tipo de infelicidad ordinaria que, Freud afirmaba, era lo mejor que podíamos esperar en la psicoterapia? ¿O existe algún tipo de felicidad más profunda o menos pasajera que proviene del tipo de conexión humana estrecha de la que habla?

Pues bien, los investigadores también lo han estudiado. Descubrieron que la felicidad tiene dos grandes variantes.

Una es a lo que llamamos bienestar hedónico. ¿Me siento feliz en este momento? Estoy disfrutando de la conversación que tenemos ahora mismo, y por eso puedo decir que me siento feliz. Pero dentro de una hora podría ocurrir algo desagradable y eso cambiará. Todos estamos familiarizados con este tipo de felicidad hedónica, que puede subir y bajar de un momento a otro.

Luego hay otro tipo de felicidad, llamado bienestar eudaimónico. Es la sensación de que la vida en esencia tiene sentido y de que es buena. Significa que, aunque me ocurran cosas desagradables, hay una sensación fundamental de que estoy bien con mi vida en el mundo.

Al cultivar nuestras relaciones, conocer nuestros propios corazones y mentes, aceptarnos a nosotros mismos, y practicar la gratitud y la generosidad, construimos los pilares de la felicidad eudaimónica para que, cuando lleguen los momentos difíciles, tengamos tanto el sustento interno como el externo. Eso es diferente de: ¿voy a ir a una buena fiesta esta noche?

¿Los participantes en el estudio opinan lo mismo que usted: que son las relaciones íntimas las que hacen que sus vidas tengan sentido y sean felices? ¿Se sentían así a pesar de los inevitables conflictos que ocurren en las relaciones?

Exactamente, pudieron notar eso. Una de las formas más claras de verlo fue estudiando los matrimonios de larga duración. Lo que pudimos observar es que las personas que estaban más contentas a lo largo de estas uniones duraderas eran las que comprendían que las relaciones tienen sus altibajos, sus momentos más cercanos y sus momentos más distantes.

Algunas de nuestras parejas llevaban juntas sesenta o sesenta y cinco años, y cuando tenían ochenta hicimos largas entrevistas sobre sus matrimonios. Lo que estaba claro era lo mucho que habían pasado el uno con el otro, lo bien que se conocían. Se aceptaban mutuamente con todo y verrugas, y poco a poco llegaron a amarlas.

Observamos que resolver las diferencias fortalece las relaciones y que, cuando logramos eso, acabamos más conectados. Nos conocemos mejor el uno al otro. Por ejemplo, una de las cosas que ocurre en mi consulta de psicoterapia es que la gente se enoja conmigo. Y, algunas veces, yo también me enojo con la gente con la que trabajo. Pero cuando realmente profundizamos y resolvemos nuestras diferencias, hay mucha sanación. Hace que la relación sea más fuerte y que confiemos más el uno en el otro.

A group of people with dogs and a cat

Description automatically generated

Desde el punto de vista budista, podríamos decir que hay dos enfoques diferentes de la felicidad: el ulterior y el relativo. Nuestra verdadera naturaleza, la naturaleza búdica, es una especie de nivel último de felicidad o bienestar. Podemos experimentarlo directamente, y no depende de nada relativo o externo, como las relaciones. Por otro lado, tenemos el tipo de significado profundo y felicidad que ya ha descrito y que deviene de nuestra estrecha conexión con los demás. ¿Cómo se relacionan ambos entre sí?

Bueno, en las enseñanzas budistas no están separadas. Mi conexión con mi verdadero yo y mi conexión con el mundo no están separadas. Cuando meditamos, cuando profundizamos en el camino budista, nos damos cuenta de que en el nivel más profundo no hay separación entre el yo y el mundo, entre el yo y los demás.

En la práctica, cuando nos sentamos y llegamos a conocer nuestro corazón y nuestra mente —el desorden y el sufrimiento de nuestras vidas—desarrollamos la compasión. Al ver lo enredada que está mi mente, lo bochornosas que son algunas de mis preocupaciones, empiezo a decir: oh sí, la mente de todo el mundo es así. Eso me ayuda a darme cuenta de que todos trabajamos con la misma condición humana. Trabajamos con el mismo sufrimiento y experimentamos muchas de las mismas alegrías.

Así que sí, abordamos la sintonización con el yo y la sintonización con el mundo como iniciativas separadas, pero llegamos a un momento en el que nos damos cuenta de que, en realidad, no son diferentes.

Usted tenía unos treinta años cuando empezó a practicar el budismo y ya era psiquiatra. ¿Su contacto con el Zen cambió su forma de ver la psicología occidental? ¿O quizá la alteró un poco?

Vaya que sí. Estaba hablando con Melissa Blacker, que fue la maestra que me dio la transmisión del dharma, sobre mi trabajo con pacientes como psiquiatra. Y Melissa me dijo: “¿Y si, en lo más profundo, no hay nada que arreglar?”.

Fue como si alguien me hubiera echado agua fría en la cabeza, o algo así. Fue como, “guau, ¿qué fue eso?” Me ayudó a ver mi trabajo con las personas desde otra perspectiva.

Sí, claro que hay sufrimiento real. Las enfermedades mentales son muy reales y tenemos muy buenos tratamientos para ellas. Pero desde una perspectiva más profunda, tal vez esto no sea más que otra expresión de que la vida no necesita arreglo. Aliviar el sufrimiento es importante, pero más allá de eso, no hay nada que arreglar. No hay nadie a quien arreglar.

A person and person sitting on a bench

Description automatically generated

Esposos Robert Waldinger y Jennifer Stone. Fotografía de Rose Lincoln / Universidad de Harvard

La idea de que tenemos que cambiar o arreglar lo que somos no se limita a la psicología occidental. Muchas religiones postulan algún tipo de problema original o inherente a nuestra naturaleza. Pero el budismo Mahayana en particular dice que nuestra naturaleza fundamental es buena, incluso inherentemente iluminada. Por eso hablamos de nuestra naturaleza búdica esencial. Así que, aunque en la superficie nos veamos engañados y, por tanto, suframos, el budismo pretende ayudar a las personas a acceder a esa naturaleza más fundamental, que está más allá de la neurosis y el ego.

En el Zen se habla del mundo de la forma y del mundo de la vacuidad, de nuestras naturalezas relativa y última, que no están separadas. Hay una cita maravillosa de Shunryu Suzuki Roshi, que decía a sus discípulos: “Eres perfecto tal y como eres. Y te vendría bien mejorar un poco”.

Creo que esa es la forma en que afronto mi trabajo clínico con las personas. Eres perfecto tal y como eres. La expresión de quien eres es totalmente única. Nunca será reemplazada y hay que atesorarla. Pero sufres y quizá hagas sufrir a otros por tu propio sufrimiento. Y en eso sí que debemos trabajar.

Así que son ambas cosas. No es simplemente aceptar todo tal y como es. Eso conduce a una especie de nihilismo que sería peligroso. Podría permitir la aceptación de cosas que no deben aceptarse en el mundo, ¿verdad? Dejaría a la gente con demasiado sufrimiento. La forma en que queremos mejorar las cosas es a través del sentido de la aceptación fundamental de cada expresión de la vida. Eso es lo que el Zen me ha dado a entender. Eso es lo que espero transmitir a las personas con las que trabajo en mi práctica psicoterapéutica y en mi papel como maestro Zen.

Vamos a dar la vuelta a la pregunta. ¿Su trabajo como psiquiatra ha influido en su forma de entender y enseñar el budismo?

Una de las cosas que tengo claras en mi comunidad Zen es que las enfermedades mentales son poderosas, son reales. Es una de las cosas más devastadoras con las que tenemos que lidiar en la condición humana. Sería posible decir a la gente: “Oh, sólo tienes que meditar y todo se arreglará”, pero no siempre es así. Hay muchas situaciones en las que el sufrimiento no se va a solucionar con la meditación, o si te iluminaras de alguna forma mitológica. No es así.

Así que soy bastante concienzudo a la hora de recomendar tratamiento —psicoterapia, medicación, terapia de pareja, terapia familiar— cuando siento que las personas están atascadas y podrían recibir una ayuda real y eficaz de expertos que saben cómo manejarlo. Yo no ejerzo ese tratamiento con mis estudiantes del Zen —porque eso sería traspasar un límite—, pero busco personas que puedan ayudarles.

Usted estudia la vida a través de tres ópticas distintas: como maestro budista, como psiquiatra en ejercicio y como director del Estudio de Harvard sobre el Desarrollo Adulto. Cuando observa lo que cada una de las tres dice sobre la experiencia de vida de las personas, ¿se aprecia un hilo conductor sobre lo que hace que la vida sea feliz y significativa y lo que no?

La revelación del Buda fue que no existe un yo fijo e independiente. No hay un yo, un Bob, que esté completamente separado de todo lo demás. Y tampoco hay un Bob que no cambie nunca. El Buda señaló ese pensamiento erróneo de un yo fijo y separado como la causa de tanto sufrimiento. Y afirmó que el sufrimiento se mitiga cuando realmente comprendemos la interconexión entre el yo y todo lo demás.

Eso es lo que descubrimos en nuestro estudio sobre el desarrollo adulto. Cuando las personas de nuestro estudio se dedicaban a cosas del mundo que iban más allá de sí mismas, eran mucho más felices. Sentían que sus vidas tenían mucho más sentido cuando sus preocupaciones iban más allá de las estrechas preocupaciones del pequeño yo.

Del mismo modo, muchas de las personas con las que trabajo como psicoterapeuta se sienten atormentadas por trastornos de autopreocupación. Muchos de nuestros problemas mentales más desafiantes tienen que ver con un trastorno del yo. Si lo piensas, la depresión es la forma más horrible de preocupación por uno mismo. Es autodesprecio; es incapacidad para ir más allá del yo. El narcisismo es una preocupación total por uno mismo, que intenta forjarse a partir de un sentimiento desesperado de inseguridad.

Y, por último, en mi propia práctica budista, mis momentos más impactantes de bienestar sobre el cojín de meditación han sido aquellos en los que, como dice Dogen, el cuerpo y la mente se liberan. En ese momento ya no se trata de Bob sentado en el cojín, sino simplemente la respiración, los sonidos y la experiencia de tantas cosas que van y vienen en mi conciencia. Esos momentos son experiencias profundas de no sufrimiento.


ACERCA DE ROBERT WALDINGER

Robert Waldinger es psiquiatra y psicoanalista, y dirige el Estudio de Harvard sobre el Desarrollo Adulto. Es sensei de Boundless Way Zen y guía la Sangha David Thoreau.


ACERCA DE ESTEFANIA DUQUE (TRADUCTORA)

Estefania es licenciada en Lenguas Modernas e Interculturalidad por la Universidad De La Salle Bajío. Creció en la calidez de la comunidad budista de Casa Tibet México y actualmente cursa un Programa de Formación de Traductores de Tibetano en Dharma Sagar, con la aspiración de traducir el Dharma directamente del tibetano al español.

Robert Waldinger

Robert Waldinger

Robert Waldinger is a psychiatrist and psychoanalyst who directs the Harvard Study of Adult Development. A sensei in Boundless Way Zen, he leads the Henry David Thoreau Sangha.