He oído decir muchas veces que los mexicanos no le tenemos miedo a la muerte y por ello celebramos el Día de los Muertos. Yo tiendo a pensar que no es así, sino que buscamos recordar a los seres queridos que “se nos han adelantado” y a la vez reconocer que algún día nos tocará también que “nos lleve la flaca” (uno de los muchos nombres populares que se le da en México a “la muerte”) y eso, por supuesto, a muchos nos aterra.
Es un paralelo interesante a la práctica de los cinco recordatorios dentro del buddhadharma: una reflexión sobre cómo todo cuanto amamos y queremos en la vida está destinado a terminar algún día, incluido nuestro cuerpo, que envejecerá y morirá por su naturaleza
Pero, como buenos mexicanos fieles a nuestras tradiciones y cultura, aún las cosas que nos asustan vienen acompañadas de buen humor y arte. Para el Día de los Muertos, los panteones se visten de velas y cempasúchil, fragantes flores color naranja y de temporada, que según la tradición guían a nuestros difuntos de regreso a casa. Las familias se reúnen en torno al altar de muertos, el cual puede ser desde una mesa hasta una escalera dispuesta con alimentos, fotografías, dulces y demás ofrendas para los fieles difuntos, para compartir anécdotas de sus seres queridos y disfrutar de los platillos tradicionales de esta celebración, como son el mole con pollo, los tamales, las mandarinas, el pan de muerto, los alfeñiques y el chocolate caliente. Por las calles se aprecian a las catrinas y los catrines, unos personajes coloridos y finamente vestidos quienes se pasean elegantemente con sus caras pintadas de calavera. De los techos cuelgan coloridos papeles picados que recuerdan a las banderas de plegarias tibetanas y cumplen con la función de incorporar el elemento del viento en la celebración; y en medio de tanto color y porte, la literatura no puede faltar.
Aquí es donde entran las calaveritas: poemas y escritos que describen escenarios irónicos llenos de rimas, historias de amor plagadas de sátira, y el relato sobre algún ingenioso que consigue esquivar a La Calaca (otro nombre para la muerte), son tan sólo algunos de los temas que encontramos dentro de este tipo de poema.
Por supuesto, la tradición de las calaveritas han pasado por diversas transformaciones a través de los años, y las que conocemos hoy en día se remontan a mediados del siglo XIX y han sido utilizadas como un medio para diversos propósitos, como la crítica a la sociedad y a la política, por ejemplo. No obstante, los personajes que aparecen en ellas pueden ser de cualquier carácter e índole, desde personajes famosos hasta anónimos, polémicos y neutros.
Una de las formas en yo que celebro el Día de los Muertos con mi familia y amigos, es escribiendo calaveritas en una dinámica donde cada quién recibe, al azar, el nombre de alguien a quien ha de escribirle su calaverita, y al final todos leemos en voz alta las creaciones mientras los demás se sirven otra taza de chocolate para sopear su pan dulce.
Y es que cuando un amigo escribe nuestra calaverita, de pronto el tema que normalmente nos causaría miedo e inseguridad da paso al humor y a la risa, demostrando que nada, ni siquiera la muerte, o la idea de cómo ésta se nos presente en el futuro, es inherentemente aterradora. Es una manera de hacernos amigos de la impermanencia y recordar nuestra propia mortalidad.
Es un paralelo interesante a la práctica de los cinco recordatorios dentro del buddhadharma: una reflexión sobre cómo todo cuanto amamos y queremos en la vida está destinado a terminar algún día, incluido nuestro cuerpo, que envejecerá y morirá por su naturaleza… y con la calaverita literaria, podemos tomar esa realidad con ánimo y buen humor.
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El viento otoñal que ya comienza a soplar invita ya a tomar la pluma y comenzar a escribir, y la relación entre esta tradición mexicana que recuerda la verdad de la muerte y la impermanencia junto con las enseñanzas del Buda nos coquetea con el ofrecimiento de la oportunidad perfecta para que dos culturas se encuentren y creen algo único.
Algunos amigos budistas provenientes de México y Chile nos comparten las creaciones literarias que han inspirado en ellos la muerte, la impermanencia, y el dharma en general. Cuando termines de leer, te invitamos a que consideres adoptar esta linda tradición en casa para recordarte sobre la impermanencia y la muerte, y sonreír con aceptación ante el segundo de los pensamientos que motivan a nuestra mente hacia el despertar.