Traducción, transmisión y entrega

En este artículo especial, dos traductoras altamente calificadas, Cinthia Font, en conversación con Mariana Restrepo, y Lama Karma Yeshe Chodron, comparten no sólo el lugar que ocupa el traductor en la transmisión del dharma, sino también lo que se siente tomar ese papel y asumir esa responsabilidad.

Mariana Restrepo14 August 2023
Su Eminencia Mindrolling Jetsün Khandro Rinpoché (izquierda) y Cinthia Font (derecha). Fotografía de Casa Tibet México.

Todos tenemos diferentes razones y motivaciones que alimentan nuestra búsqueda de “algo más”, lo que nos lleva a mirar más allá de lo familiar. Pero, como practicantes occidentales del budismo,  la mayoría de nosotros ha llegado al camino budista de una manera similar: a través de un libro. Quizá ese libro fue recomendado por un amigo, un maestro o incluso un desconocido; quizá nos lo asignaron en una clase de la universidad o nos llamó la atención en la biblioteca. Para mí, ese libro fue el Dhammapada. En mi primer año de universidad, estaba decidida a aprender todo lo que pudiera sobre el budismo. Sin embargo, mi pequeña universidad no ofrecía ninguna clase de estudios budistas. Tuve que convencer al profesor de filosofía para que ofreciera una clase de filosofía oriental, y luego tuve que recopilar firmas convenciendo a estudiantes para que se inscribieran a ésta. Recuerdo haber leído cada verso del Dhammapada, analizándolo, queriendo saber más. Encontré distintas traducciones del texto y las comparé para ver si una traducción diferente, el uso de palabras distintas, formas diversas de expresar la misma idea, me llevarían a una comprensión más profunda de cada verso. Incluso leí traducciones al español, con la esperanza de que me aportaran una perspectiva diferente.

Para la mayoría de los practicantes en occidente, cada uno de los textos tradicionales que hemos leído son traducciones. Pero, ¿hasta qué punto tomamos en cuenta al traductor?

Para la mayoría de los practicantes en occidente, cada uno de los textos tradicionales que hemos leído son traducciones. Pero, ¿hasta qué punto tomamos en cuenta al traductor? ¿A su formación, su punto de vista y su proceso? Las siguientes piezas exploran estas preguntas, ofreciéndonos la oportunidad de reflexionar sobre cómo el papel del traductor, tanto históricamente como en la época contemporánea, no sólo es fundamental para el establecimiento de la tradición dentro de un nuevo contexto, sino que también desempeña un papel vital en el desarrollo de la tradición.

El budismo es una tradición viva que, aunque arraigada en las enseñanzas del Buda, se ha adaptado y sigue haciéndolo, evolucionando de forma diferente en distintos lugares y épocas, crece continuamente y toma forma a través de sus maestros, practicantes y traductores. El budismo no sólo ha cambiado a lo largo del tiempo, sino que, gracias a su adaptabilidad, también lo ha hecho en función de los contextos culturales en los que se encuentra. Gracias a esta característica, a través de la difusión del budismo en Asia y en occidente, ahora encontramos tradiciones budistas diferentes y únicas que reflejan las distintas necesidades y culturas de sus practicantes.

En los artículos a continuación, escuchamos a dos traductoras, Cinthia Font y Lama Karma Yeshe Chödrön, cuyas prácticas se han vuelto inseparables del delicado trabajo de navegar por las enseñanzas en múltiples idiomas. En mi entrevista con Cinthia Font, hablamos sobre el papel histórico del traductor cuando el budismo se estableció en el Tibet y el papel de los traductores en la actualidad, quienes continúan esa tradición. Lama Karma Yeshe Chödrön, en su artículo, nos lleva a través de su viaje, desde interpretar de niña para sus padres inmigrantes cubanos hasta descubrir, a través de su estudio del tibetano, cómo el acto de traducir puede convertirse en una ofrenda personal para aquellos que están dispuestos a escuchar. Ambas nos ofrecen un atisbo de la dedicación y el amor a las palabras que sustentan —de maneras que quizá no reconozcamos o no consideremos a menudo— la forma en que cada uno de nosotros recibe y comprende las enseñanzas del Buda.

—Mariana Restrepo, editora asociada

Mariana Restrepo: Históricamente, ¿qué papel han desempeñado los traductores en la transmisión del Dharma?

Cinthia Font: Durante la primera transmisión del budismo en el Tíbet, a finales del siglo VII, hubo una iniciativa considerable por parte del rey Songtsen Gampo, y de nuevo a mediados del siglo VIII por el rey Trison Detsen. Ambos enviaron eruditos a la India para recopilar y traducir las enseñanzas originales del Buda. Como parte de ese esfuerzo, las enseñanzas debían integrarse en la cultura nueva, no sólo desde el punto de vista de la lengua, sino también transmitirse e incorporarse a la propia cultura nativa. Para ello, los traductores y eruditos desempeñaron el papel más importante. No sólo trajeron las enseñanzas y las codificaron en la lengua nativa, sino que las estudiaron y practicaron a los pies de maestros vivos. Fue un proceso de comprensión, realización e interiorización de esas enseñanzas, mientras a la vez se reunían con equipos de eruditos y otros practicantes altamente calificados para traducir esas enseñanzas a un idioma que fuera accesible para los nativos del Tíbet. 

La autenticidad sólo puede llegar si está guiada por la práctica. Hablamos de algo que va más allá de la mera comprensión de la lengua o la cultura.

Desde esa perspectiva, los traductores, conocidos como lotsawas, eran considerados algo más que traductores. La palabra lotsawa connota más bien a un maestro consumado del dharma de Buda, alguien con conocimientos sobresalientes, sabiduría y capacidad para transmitir esas enseñanzas de forma que la gente las entienda. El papel de los lotsawas iba más allá de lo que creemos que es un traductor; se les consideraba maestros en sí, , en algunos casos, también sustentadores del linaje.

¿Cuáles son las características de un traductor/intérprete moderno?

El traductor e intérprete ideal es un erudito y practicante budista, alguien que posee tanto conocimientos textuales de la tradición como logros vivenciales. Así, idealmente, es alguien con doble formación: la formación escolástica tradicional en la filosofía y la formación contemplativa. Esta última implica recibir instrucciones para la práctica, cumplirlas y pasar un tiempo en retiro bajo la supervisión de un maestro calificado que le guíe.

Cinthia Font. Fotografía de Nischith Nagaraj Kundapur.

¿Puedes hablarnos de la relación entre el maestro y el traductor/intérprete?

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El modelo que considero que es probablemente el más exitoso, en términos de fidelidad a las enseñanzas originales, es un traductor/intérprete que pueda estudiar bajo la tutela de un auténtico maestro, recibiendo así orientación, pudiendo practicar, desarrollar y colaborar en la transmisión de las enseñanzas de ese maestro. Existe una distinción entre los intérpretes orales o traductores de textos que trabajan para maestros budistas y se adiestran dentro de la tradición viva, y los traductores centrados en estudios académicos que pueden no ser budistas practicantes. No es raro encontrar expertos en la materia ajenos a la tradición. Para un practicante budista que estudia bajo la tutela de un maestro y asume la responsabilidad de traducir sus enseñanzas, la relación entre maestro y alumno es de suma importancia. Este modelo requiere que el estudiante confíe en la sabiduría del maestro, quien puede dilucidar, aclarar y ayudar al estudiante a desarrollar más concientización y sabiduría para obtener certeza del significado de las enseñanzas que estudia.

¿Ha cambiado el papel del traductor/intérprete en los tiempos modernos?

Esa es una pregunta importante, y muy amplia, que espero que los traductores modernos  discutan más a fondo. En mi opinión, un traductor moderno debe encarnar la visión y el ideal de la tradición de su maestro para preservar la autenticidad de las enseñanzas sin diluirlas, sin dejar lugar a malas interpretaciones y a sabiendas de aquello que podría llegar a perderse en la traducción.

Algunos aspectos son inevitablemente susceptibles al cambio. Hablamos de una tradición milenaria que se implanta en el mundo moderno, en distintos países, con diferentes enfoques lingüísticos y culturas, con apropiaciones propias,  independientes de los medios específicos en los que la tradición se arraiga. Por lo tanto, no estamos hablando de un único esfuerzo, sino de varios esfuerzos diferentes.

No creo que sólo haya una manera de hacerlo. Creo que la orientación de maestros con una perspectiva y un acercamiento visionarios sobre cómo se puede hacer esto es extremadamente importante. Se trata de una colaboración con personas sensibles, de mente abierta y altamente calificadas, dedicadas exclusivamente a encarnar con autenticidad las enseñanzas del Buda. Dicha autenticidad sólo puede darse si está guiada por la práctica. Los practicantes comprometidos que hayan profundizado en la comprensión y la realización del significado pueden trabajar en ello junto con sus maestros. Hablamos de algo que va más allá de la mera comprensión de la lengua o la cultura.

¿Puedes hablarnos de tu experiencia personal como intérprete/traductora? ¿Cómo te preparas para traducir, cómo te mentalizas y cómo te relacionas con tu maestro en ese contexto?

Algo realmente hermoso sucede cuando uno tiene la oportunidad de ser el conducto de las palabras de su maestro en su propia lengua. En este contexto, no se trata de tus palabras, sino de las palabras de su mente de sabiduría, surgidas de la sabiduría del Buda. Eres el conducto de una vasta tradición, que incluye a todas las generaciones que representa   el propio maestro o maestra. Podría decirse que es un momento sagrado. Al intentar hacerle justicia a eso, lo más útil, en mi caso, es observar cómo cae la lluvia de bendiciones del maestro. Simplemente me abro a ese espacio e intento quitarme de en medio. Cuando digo “intento quitarme de en medio”, quiero decir que intento no interpretar basándome en mis  preferencias personales o en mis apegos y formas estrechas de ver el mundo. Intento abrir mi mente, escuchar atentamente, sin proyectar y, siempre que sea posible, encontrar o reproducir las mismas palabras que utiliza el maestro. Intento transmitir la misma energía, en el sentido de que, si el maestro adopta un tono divertido o utiliza metáforas para ayudarnos a comprender mejor, yo intento adoptar un lenguaje del mismo registro o de uno similar. Al quitarme de en medio, espero que mi personalidad como individuo no se perciba tanto. En última instancia, las enseñanzas que intentamos comprender y alcanzar están arraigadas en la filosofía de la ausencia de identidad. Ha sido extremadamente maravilloso y hermoso en mi propio sendero de práctica  recordar el significado del refugio en el Buda, el maestro, y el linaje, y simplemente dejar que los maestros hagan su magia a través de sus bendiciones en ese momento.

Como intérprete/traductora, ¿hasta qué punto intentas traducir dentro de un contexto cultural? ¿Qué tipo de ajustes realizas en función del público o del lugar?

Ese es el reto, porque tiene que ver con la habilidad. Es el equilibrio de ese espacio sagrado y el integrarse en esa transmisión, pero también utilizar tu destreza tanto en la lengua de llegada/ meta como en la de origen para servir al público lo mejor posible. En mi caso, soy de origen mexicano, y cuando hablo español, lo hago con acento mexicano, influenciada por el humor mexicano, las referencias culturales mexicanas y el vocabulario y expresiones coloquiales mexicanas.

Cuando interpreto o traduzco, intento adaptarme al público. Intento ser consciente de la cultura lingüística del público para que el mensaje se entienda en su propio contexto cultural. Cuando hablo contigo, por ejemplo, ya que eres colombiana, quiero transmitirte que sé expresarme de un modo que pueda relacionarse con tu propia experiencia. Yo viví en Colombia cuando era niña, así que hay ciertas palabras y expresiones que podría decirte en automático cuando hablamos en español. Tengo esa forma de relacionarme contigo.

Traduzco al español para Su Eminencia Mindrolling Jetsün Khandro Rinpoché. La mayoría de sus estudiantes son de España y de México. Soy consciente de las diferencias entre la  utilización de  algunas palabras y conjugaciones verbales en España y  en México. Por ejemplo, si el público es mayoritariamente de España, sé que la terminología mexicana puede interpretarse de una manera diferente para ellos. No significa necesariamente que no la entiendan, pero puede ser que no tenga el efecto que yo busco como mexicana. Por eso intento traducir tomando en cuenta el contexto cultural. Conservo la analogía o el ejemplo que da Rinpoché en su discurso, pero las metáforas no suelen coincidir. Por ejemplo, hace poco tuve que traducir el dicho en inglés “Jack of all trades, master of none“. No estaba segura de cómo se expresa esto en España, así que dije la versión mexicana, “el que mucho abarca, poco aprieta”. Todos nos reímos mucho porque eso suena gracioso para alguien de España. También hay algunos proverbios tibetanos que pueden resultar difíciles de adaptar a la cultura hispanohablante, como “hoy ha salido el sol por el Oeste”, que significa que ha ocurrido algo increíble.

En esos casos, como intérprete, tienes que pensar rápidamente en algo que traduzca o sea lo más parecido a la metáfora, refrán, proverbio, chiste o juego de palabras proferidos por el orador. Debes de ser capaz de ofrecer un paralelismo.

Algunos de los estudiantes que asisten a las enseñanzas proceden de diferentes grupos regionales españoles, así como de toda América Latina. En esos casos, el público es mixto, así que intento utilizar un lenguaje neutro.

¿Cómo abordas la opción de traducir el significado en lugar de traducir sólo la lengua?

Esa pregunta es fundamental: me la hago cada vez que traduzco, y sospecho que siempre me la haré; incluso se la he hecho a Su Eminencia Mindrolling Jetsün Khandro Rinpoché y le he pedido orientación al respecto. El estilo de Rinpoché, al hablar, podría describirse como el uso de múltiples adjetivos precisos para describir las cosas, a menudo hilvanados en una hermosa oración, como una delicada guirnalda de flores. A veces Rinpoché describe algo con cinco o seis adjetivos con diversos matices.0 Cuando se interpreta en este contexto, a menos que se conozca bien al maestro y las analogías que utiliza y se esté familiarizado con su estilo particular, no siempre es fácil llegar inmediatamente a ese nivel de precisión y exactitud en la propia lengua.

Las palabras son muy importantes, ya que son las que señalan el significado, pero no hay que obsesionarse con ellas. Más bien, hay que intentar ser fieles a la transmisión del significado.

Por fortuna, llevo varios años traduciendo para Rinpoché y me he familiarizado con su estilo de enseñanza. Tengo que estar preparada para escuchar atentamente e intentar, en la medida de lo posible, reproducir fielmente el registro. Me han dicho que lo más importante es transmitir el significado, por lo que la traducción budista tiene que convertirse en algo vivencial. Lo que he entendido  de las instrucciones y enseñanzas de Rinpoché es que, en primer lugar, hay que comprender realmente las enseñanzas y la práctica para adquirir una experiencia directa. Sólo así podremos transmitir el significado. Las palabras son muy importantes, ya que son las que señalan el significado, pero no hay que obsesionarse con ellas. Más bien, hay que intentar ser fieles a la transmisión del significado.

¿Y si uno no se siente seguro haciéndolo? Es otra pregunta que tenía. ¡Es una enorme responsabilidad! Creo que mi comprensión de la respuesta lleva años evolucionando, o al menos yo llevo años intentando comprenderla. Tiene que ver con la seguridad que emana de la devoción en tu propia práctica y en tu propio sendero. Por lo tanto, considero que es importante seguir profundizando en la propia comprensión a través de la realización de las prácticas y, para mí, personalmente, seguir madurando en la relación con el maestro y el sendero.

¿Existe alguna diferencia de enfoque cuando traduces enseñanzas en comparación con algo más vivencial, como lo es un empoderamiento o un señalamiento de la mente?

Esa pregunta apunta a lo que estaba aludiendo. Existe un aspecto sagrado en ese espacio que es sustentado por el portador de la sabiduría en ese lugar, el maestro que imparte las enseñanzas a los alumnos. Se dice que todo es sostenido por el maestro y por el mandala creado en ese momento. Por lo tanto, el intérprete también pasa a formar parte de ese mandala, de ese espacio sagrado.

Recuerdo que hace unos años, en el Instituto Rangjung Yeshe de Katmandú, tuvimos una conferencia fascinante impartida por Erik Pema Kunsang, un eminente y sumamente respetado traductor y practicante. Ahí, habló con estudiantes que se formaban para ser intérpretes orales y traductores, y tuvimos la oportunidad de hacerle preguntas. Nos aconsejó que, en medio de ese momento sagrado, cuando miráramos a nuestro alrededor y viéramos al maestro, al público incluidos nosotros, las estatuas, las thangkas de las deidades, los sustentadores del linaje, etc., recordáramos que cada persona del público es un bodhisattva. Dijo que los visualizáramos ya no en su forma ordinaria sino en su forma más elevada, conscientes de su naturaleza búdica inherente, viendo a todos los presentes como manifestaciones de la figura femenina de Tara femenina y  la masculina de Manjushri. . Al hacerlo, establecemos la visión de que lo que ocurre en ese lugar no es algo ordinario. No estamos en un espacio ordinario. No estamos con personas ordinarias. El maestro no es ordinario, y sus palabras tampoco son ordinarias.

El consejo de Erik Pema Kunsang me ha acompañado durante todos estos años. Me ha ayudado sobre todo cuando estoy interpretando y siento algo parecido al pánico escénico, aunque lo haya hecho muchas veces. Al menos yo, cuando he estado cerca del maestro y frente al público, he pensado “¡Cielos! ¿Qué hago yo aquí? ¿Seré capaz de hacer esto?”

Se trata de un entrenamiento que tiene que ver con la incorporación de la visión de las cinco perfecciones: la excelencia del Dharma, el tiempo perfecto, el maestro perfecto, el lugar perfecto y el entorno perfecto. Esto da lugar a la percepción pura. Eso siempre ha sido de gran ayuda. En ese momento, lo que hacemos como practicantes es intentar disolver la percepción habitual y ordinaria de nuestra identidad y de la identidad de los demás. En cambio, nos entrenamos para comprender la vacuidad de nosotros mismos y de los demás, para dejar que la sabiduría se apodere de nuestras fijaciones. Hay un intento de desprenderse incluso de lo que se percibe como lenguaje o se entiende como transmisión. Todo se sostiene en la sacralidad de ese momento.

Creo que esta descripción puede preparar el terreno para lo que está ocurriendo. Al dejarnos guiar por el gurú, nos convertimos en una pieza del rompecabezas. Todo sucede a través de la fuerza de esa transmisión. En mi opinión, no eres tú, como intérprete, quien tiene la capacidad de actuar; es más bien una forma de entrega. Es  cuando empieza la magia.

Digiriendo el dharma

por Lama Karma Yeshe Chodron

Ojalá pudiera decirles que mi amor por el idioma, por transferir el sentido, el peso y la exuberancia de una lengua a otra, surgió espontáneamente, maduro y sorprendente, como una diosa de Botticelli que emerge del mar. ¡Ay, cuánto lo deseo! Un narrador mejor que yo fabricaría todo tipo de fábulas sobre de mi passion—habla claro, mija, es pasión—por la lengua inglesa.

La verdad, sin embargo, es simple, improvisada por la necesidad en supermercados, escuelas, y oficinas del seguro social. Nací en Nueva York, hija de un periodista español y una egresada de la facultad de derecho de la Universidad de La Habana, quienes huyeron de Cuba después de la toma de poder de Fidel Castro. Inmediatamente me llevaron a Caracas, donde mi padre y otros lucharon por revivir la revista cubana Bohemia.

Cuando esa empresa fracasó unos años después, mi familia, que ahora incluía a mi hermano menor, regresó a Nueva York para comenzar de nuevo. A los cinco años, comencé a aprender a navegar por un país con costumbres diferentes a las nuestras, cuya etiqueta marcaba a mi familia como  bullosa, y cuya política nos miraba con ojos sospechosos. Y cuya lengua yo no conocía, mientras que todos los que me rodeaban, sí.

Excepto mis padres.

Tan pronto como aprendí el inglés, con esa habilidad imposiblemente rápida y fluida que tienen los niños para los idiomas, me convertí en la traductora oficial de mis padres. En tiendas, conferencias de padres y maestros, mostradores de bancos y burocracias, me esforcé por abrazar palabras demasiado grandes para que mis brazos flacos las llevaran fácilmente hasta el oído de un padre. Quisiera poder decirles que me sentí orgullosa, que este rol de ayudante me llenó de alegría. Desgraciadamente, no. Temía cada evento.

Décadas después, llegué al monasterio de Pullahari en Nepal cargada de títulos avanzados en biología y derecho, capaz de transponer con fluidez una jerga técnica y compleja al lenguaje moderno en frases dignas de la literatura británica del siglo XIX, que solía devorar. Mi mente estaba aguda pero agotada, un huesito reseco, preparada para examinar los términos técnicos unos contra otros en una árida búsqueda de la precisión.

Ah, pero la poesía. ¿Qué le pasó a la poesía?

En el monasterio, las flores, que se abrían rojas contra un cielo de azul, perfumaban el aire. Los gongs sonaban, rítmicos y convincentes, las faldas de los monjes se frotaban por los caminos y a lo largo de las escaleras. En las enseñanzas del Dharma, el inglés bajó a segundo lugar. El tibetano ocupó un lugar privilegiado, inundándome, mientras me sentaba asombrada con las piernas cruzadas, ante una estupa dorada salpicada de coral, turquesa y ámbar.

Mis días pasaron en un torbellino de estudio y práctica, cantos y canciones de Dharma (¡baila yogini!) y acumulando miles y miles de postraciones de cuerpo entero. Qué lejos de estar clavada a un escritorio, monitoreando mi trabajo en intervalos de seis minutos. Dime con quién andas y te diré quién eres.

Lentamente, e  imperceptiblemente, me reencontré con mi cuerpo. No un cuerpo relegado a las márgenes —aquí que muy blanca, allí demasiado trigueña— ni uno que ansiaba adaptarse, camuflando sus verdades para satisfacer expectativas tácitas, adivinando suposiciones que ninguna cantidad de fluidez podría descifrar.

Aquí, mi piel morena y cabello lacio indica pertenencia. Los nativos se dirigían a mí en nepalí. Los comerciantes me ofrecían precios locales. Flotaba por las viharas sin obstáculos, mi chal de color pastel ondeando en la brisa. Me servían comida picante. Este mundo se acercó a mi encuentro, tal como yo era.

Indulgente, esperé a que las palabras llegaran a su tiempo. No había que perseguirlas, fileteándolas, eviscerando todo lo encontraba. Mordisqueé las palabras hasta que su jugo goteaba por mi barbilla, digiriéndolas bajo del sol, las resonancias derramándose al paso lánguido de las cosas orgánicas.

El Programa del Instituto Rigpe Dorje para Estudiantes Internacionales enfatiza un proceso natural para aprender el idioma tibetano. La gramática se aprendía in situ, por así decirlo, más que a partir de reglas. En conjunto con el análisis contemplativo de las enseñanzas del Dharma, este enfoque alteró radicalmente mi relación con la traducción. Con el tiempo, llegué a ser traductora, incluso a amar hacerlo, en medio de la extrañeza de un idioma que no tiene nada que ver ni con el inglés ni con el español. La interconexión del tibetano me encanta, como las palabras escurridizas sin contexto toman sentido con relación a las palabras que las rodean.

Primero en la práctica de las liturgias, después en los textos clásicos, y luego de las enseñanzas orales, la delicada magia de no sólo traducir palabras, sino transmitir significados entre idiomas, se entreteje en mis tendones. Lentamente, mi proceso de traducción se fue encarnando: al inhalar, tibetano. Al exhalar, English

Hasta el día de hoy, experimento mi trabajo lingüístico como algo visceral, vivo y juguetón: un baile exuberante de maravilla, improbabilidad y anhelo. Lo que hago se parece menos a traducir que a encarnar: ingerir el Dharma, sentirlo en la médula de mis huesos y nutrir las palabras para evocar esa experiencia, hasta que uno emerge, como una perla de su ostra, capaz de provocar la experiencia en otro.

Recomiendo encarecidamente esta ingestión del Dharma.

Puede que no veas el gran valor de mi perla. O la perla de otro. O incluso la del Buda. No pasa nada. Tómala. Gírala primero de esta manera, luego de esa otra. No es una falta de respeto. No estamos obligados a aceptar lo ofrecido, predigerido, como un pajarito en su nido, esperando hambriento en el punto receptor de la alquimia. Ponlo bajo la lupa del joyero y tómale la medida. No sólo una vez. Una y otra vez, con gusto. Disfruta. Tómalo. Deléitate.

Claro, podrías llegar a demostrar que tuviste siempre la razón. ¡Ándate con cuidado! Pero si eres verdaderamente afortunada, te sorprenderá el resplandor inesperado  que se oculta en una simple perla.

Digerir el Dharma nos permite absorber profundamente en nuestro ser. Enviarlo a nuestras células. Esto es el Dharma encarnado, vivo y eléctrico, recorriendo nuestro cuerpo con significado. Guiando nuestro camino en el mundo.

La precisión y también, la poesía. El ritmo y el baile.

¡Brava!

*articulo traducido por Helena Estefania Duque

ACERCA DE MARIANA RESTREPO

Mariana Restrepo es editora de Buddhadharma y Lion’s Roar. Es colombiana, con formación budista tibetana Nyingma-Kagyu, tiene una maestría en Estudios Religiosos y actualmente vive en los Montes Apalaches con su familia.

ACERCA DE CINTHIA FONT

Cinthia Font es traductora e intérprete y habla con fluidez siete idiomas: español, italiano, portugués, francés, inglés, catalán y tibetano. Enseña la lengua tibetana en varios programas universitarios y realiza traducciones orales y escritas para comunidades de Dharma en todo el mundo, principalmente para los estudiantes hispanohablantes de Su Eminencia Mindrolling Jetsün Khandro Rinpoché.. Para saber más sobre Cinthia y su trabajo, visita drayang.com

ACERCA DE LAMA KARMA YESHE CHÖDRÖN

Lama Karma Yeshe Chödrön es erudita, maestra y traductora del linaje Kagyu del budismo tibetano. Divide su tiempo entre el Instituto Rigpe Dorje del monasterio de Pullahari, en Katmandú, y Santa Fe, en Nuevo México. Antes de estudiar budismo, cursó estudios de posgrado en biología y derecho y trabajó como abogada litigante en Miami y en Silicon Valley. Junto con su marido, Lama Karma Zopa Jigme, cofundó Prajna Fire y el podcast Prajna Sparks. También es copresentadora del podcast Opening Dharma Access: Listening to BIPOC teachers.

ACERCA DE ESTEFANIA DUQUE (TRADUCTORA)

Estefania es licenciada en Lenguas Modernas e Interculturalidad por la Universidad De La Salle Bajío. Creció en la calidez de la comunidad budista de Casa Tibet México y actualmente cursa un Programa de Formación de Traductores de Tibetano en Dharma Sagar, con la aspiración de traducir el Dharma directamente del tibetano al español.

Lion's Roar's newest associate editor, Mariana Restrepo

Mariana Restrepo

Mariana Restrepo is deputy editor of Buddhadharma: The Practitioner’s Guide (published by Lion’s Roar). She is Colombian with a Nyingma-Kagyu Tibetan Buddhist background, has an MA in Religious Studies, and currently lives in the Appalachian Mountains of North Carolina with her husband and two children.