Lion’s Roar: ¿Puede hablarnos de su vida espiritual durante su infancia en las Filipinas?
Rubén Hábito: Nací y crecí en una familia católica. Rezábamos el rosario juntos, y yo naturalmente me encontré rezando el rosario de tal forma que me permitió asentarme y encontrar un arraigo espiritual.
A mediados de mi adolescencia, empecé a hacerme grandes preguntas. Empecé a aprender sobre el sufrimiento y la pobreza. Si vas a Manila, inmediatamente te encontrarás con gente -con niños- durmiendo en la calle. Mi pregunta era cómo podía un Dios amoroso y misericordioso, que se supone que es todopoderoso, permitir tanto sufrimiento.
La quietud es la misma tanto si se utilizan palabras católicas como budistas para describirla. No son las palabras, sino la experiencia, lo que abre nuestros corazones al misterio.
Cuando iba al colegio, me interesaba la física y quería ser físico de mayor. Aprendí que si lanzas un rayo de luz desde un lugar cualquiera del universo, éste seguirá infinitamente, aunque no en línea recta. La estructura del universo es tal que se curva.
Por lo tanto, si proyectas un rayo de luz, tarde o temprano -muchos billones y billones de años después- acabará volviendo a su punto de partida. El universo está bien estructurado, cohesionado e interconectado, y esto me dio la sensación de que todos estamos conectados.
Había imaginado a un Dios vestido con túnicas y barba blancas en el cielo, observando el universo desde afuera. Pero me di cuenta de que el universo no tenía sitio para una figura así. Libre de la sensación de que alguien me vigilaba, sentí un vacío. “¿Qué sentido tiene esta vida?” empecé a preguntarme muy en serio.
Conseguí una beca de ciencias en la Universidad de las Filipinas, pero en lugar de hacer la tarea de matemáticas, pasaba el tiempo en la biblioteca leyendo libros de filosofía y religión. Además, me acerqué a la capilla católica.
Había un jesuita que daba sermones y hablaba con la gente. Era un cura moderno, muy divertido. Decidí dejar de lado la beca y entrar con los jesuitas.
Rubén Hábito. Foto cortesía del autor.
¿Cómo fueron sus estudios jesuitas?
Nos guiaron en los ejercicios espirituales de San Ignacio, que exigían un profundo proceso de autoexamen y de apertura del corazón a la presencia divina: mirar la vida de Jesús y seguir a Jesús. Ese era mi alimento espiritual.
Un día recibimos la visita de un sacerdote jesuita destinado en Japón. Dijo que Japón estaba tratando de convertirse en la economía número uno del mundo, por lo que estaban atrapados en un frenesí de materialismo, y era todo un reto presentar el Evangelio allí. Dijo que necesitaban gente que les ayudaran. Sentí la atracción de ir a Japón y llegué allí en otoño de 1970.
En la escuela de japonés de Kamakura, mi director espiritual era un jesuita llamado el Padre Thomas Hand. Por aquel entonces, él ya llevaba unos años practicando el zen. El Concilio Vaticano II de la Iglesia Católica acababa de concluir en 1965 con una nueva apertura a otras religiones. En la Iglesia Católica se promulgó un documento llamado Nostra aetate. Afirma que todo lo que es bueno, verdadero y santo en el mundo procede del mismo Dios. Por lo tanto, la tarea de los cristianos es descubrir esas verdades para que puedan salir a la luz y nos permitan estar en conversación con nuestros vecinos no cristianos.
Me enviaron a hacer estudios de posgrado en budismo para convertirme en miembro del profesorado de Sophia, una universidad jesuita, enseñando a los estudiantes sobre religiones budistas y japonesas.
¿Cómo halló usted un punto de encuentro entre el catolicismo y el budismo?
Llevó muchos años poner las cosas en orden. A veces sentía la tentación de decir: “¡Todo esto de la teología es demasiado complicado! Déjame hacerme budista zen”. Pero entonces algo dentro de mí me dijo, no, eso no es ser fiel a mí mismo. Es un proceso, y todavía estoy en el proceso de articular esto, para mí, y para otros también. Hay tantas maneras de vivir: es un jardín con muchas flores diferentes.
¿En qué se asemejan el budismo y el catolicismo?
Yo descubrí un punto de convergencia en la quietud. Existe una tradición contemplativa dentro de la Iglesia católica.
¿La interpretación de la quietud es la misma en ambas tradiciones?
El budismo y el cristianismo utilizan palabras diferentes para permitir a la gente entrar en esa quietud, pero cuando estás allí, no hacen falta palabras. Entré a través del zen, adoptando una postura propicia para la quietud, respirando con atención y luego dejando que la mente se calmara. Eso me permitió saborear la quietud, que también había encontrado en los ejercicios espirituales de San Ignacio. De alguna manera, dos conjuntos de palabras diferentes -dos conjuntos de conceptos- convergieron en la invitación a estar quietos y abiertos de corazón.
Entonces, ¿la quietud que experimentó en la tradición católica se sintió igual que la quietud en la tradición budista?
La quietud es la misma tanto si se utilizan palabras católicas como budistas para describirla. No son las palabras, sino la experiencia, el sabor de la quietud, lo que abre nuestro corazón al misterio. Cuando intento expresarlo, si estoy con amigos católicos, utilizo palabras que puedan entender. Y, por supuesto, cuando estoy con mis amigos budistas, el lenguaje zen surge de forma muy natural de la propia tradición. Si se trata de un grupo mixto, a veces tomo una palabra, frase o imagen de la tradición cristiana y la sitúo en un contexto budista o viceversa.
Las palabras no deben tomarse como algo absoluto. Son indicadores de algo que va más allá de las palabras, como dedos que apuntan a la luna. Si utilizas las palabras con destreza, puedes hacer que las personas -ya sean budistas o cristianos, o del trasfondo religioso que tengan o no- experimenten la quietud. Lo más importante es que te sumerjas en la quietud, para que estés anclado en ella, y que te abras al misterio.
¿Cómo le describiría la quietud al lector norteamericano?
Lo principal que puedo decir procede directamente de la tradición zen. En primer lugar, adopta una postura que te permita estar quieto. Siéntate de forma que puedas mantener la espalda erguida y respirar bien desde tu centro de gravedad, que es la parte inferior del abdomen. Y a partir de ahí, presta atención a cada respiración. Deja que tu mente se aquiete y descansa en esa quietud. No analices, no compares, no esperes. Detén la actividad discursiva de tu mente. Permite que todo tu ser esté quieto.
Abre los ojos de tu corazón, para que puedas ver las cosas como son sin obstrucción.
Ha escrito libros interreligiosos como Be Still and Know: Zen and the Bible y Healing Breath: Zen for Buddhists and Christians in a Wounded World. ¿Qué otro libro sobre budismo recomienda a los cristianos?
El Milagro de Mindfulness de Thich Nhat Hanh es algo que recomiendo a todos, sean budistas o cristianos. Es una introducción muy fácil de digerir a una vida de conciencia y presencia.
¿Por qué es importante el diálogo interreligioso?
Me gustaría invitar a la gente de cualquier tradición religiosa a salir de sus pequeños silos y conocer otros. En medio de las diferencias de nuestras palabras y conceptos, somos capaces de encontrar los parentescos.
Espero que mientras viva pueda seguir siendo un buscador junto con otros que también buscan. He tenido la bendición de descubrir que siempre estamos en medio de lo eterno, de lo infinito, y que nuestras vidas están interconectadas con todo lo demás. Qué gran regalo es estar vivo. Lo único que podemos hacer es estar agradecidos y compartir este toque del infinito con todos los que nos encontremos.
ACERCA DE ESTEFANIA DUQUE (TRADUCTORA)
Estefania es licenciada en Lenguas Modernas e Interculturalidad por la Universidad De La Salle Bajío. Creció en la calidez de la comunidad budista de Casa Tibet México y actualmente cursa un Programa de Formación de Traductores de Tibetano en Dharma Sagar, con la aspiración de traducir el Dharma directamente del tibetano al español.