En mi tierra, Colombia, un país de mayoría católica, una de las celebraciones más arraigadas es la vigilia de la fiesta de la Inmaculada, conocida como “la Noche de las Velitas”, una noche en donde las familias y los amigos, en pueblos y ciudades a lo largo de su geografía, se juntan para encender velas, faroles e incluso fuegos artificiales en honor de la Virgen María. Una noche mágica que promueve la unión familiar y refuerza los lazos de amistad. Una noche que además marca el inicio oficial de la temporada navideña. Velas, faroles y luminarias, que apaciguan la oscuridad, una metáfora de cómo nuestras tinieblas profundas son alumbradas y se esclarece nuestro presente.
Tan pronto comienza a oscurecer las familias y amigos se reúnen. Al llegar “la noche de las velitas”, la gente sale a los parques de los barrios y al borde de sus senderos ponen en fila velas, velas de muchos colores, grandes y pequeñas, faroles artesanales o finamente elaborados, la intención es simplemente encender esas velas para llenar de luces y de color cada rincón. Te encuentras con tus vecinos, personas que saludas quizás ocasionalmente algunas mañanas, pero que en este momento son más cercanas, te topas con desconocidos que también son bienvenidos, el objetivo es compartido, prender las velitas, colocar los faroles encendidos, ver a la distancia los primeros fuegos artificiales y sentir la calidez de esas luces en una noche que posiblemente se torne muy fría -al menos en mi ciudad, Bogotá, ubicada a más de 2.660 mt. de altura-. Las ventanas y los balcones de casas y apartamentos, son iluminadas de esta misma manera, el colorido es maravilloso. Salimos a la entrada de nuestros hogares, allí los andenes se convierten asimismo en candeleros improvisados y puestos de observación de la pólvora de colores que contrasta con el cielo oscuro.
Al caminar por las calles, ves lámparas encendidas, y los árboles de navidad que se asoman tímidos por las ventanas entre cortinas y persianas. Amigos y familiares se disponen a los primeros manjares de la época, comienza a oler a natilla y buñuelo. Hay alegría porque hay esperanza. La ciudad se paraliza y muchos deciden recorrerla de lado a lado para disfrutar de esas luces que se van encendiendo.
La celebración del Rohatsu es el recuerdo de ese noble sendero que se propone lograr la misión de acompañar el despertar de todos los los seres. La Inmaculada Concepción, un dogma de fe, es igualmente la preparación del camino de Cristo, quien propone desde el amor servir a los semejantes, brindarse a ellos.
La fiesta de la “Inmaculada Concepción” de la Virgen María es una celebración que se lleva a cabo el 8 de diciembre y conmemora la pureza de la concepción de la Virgen para ser digna de que a su vez el niño Jesús fuera concebido en su vientre. Es la conmemoración de uno de los momentos más simbólicos y determinantes de la fe católica. Inmaculada, sin mancha, se refiere a un estado de profunda purificación que resalta lo impoluto, es claridad, luz en la oscuridad, un momento y una condición intachables, que destacan y presagian lo que sería la majestuosa labor del “salvador del mundo”.
De otro lado “Rohatsu”, que en japonés quiere decir “octavo día del duodécimo mes”, es la celebración del despertar del Buda según la tradición budista Zen japonesa, el momento en que se sucede lo que conocemos como la “iluminación”. Una conmemoración solemne que frecuentemente marca el último día de un sesshin o retiro intensivo de meditación, tiempo de silencio, durante el cual se procura evitar todo tipo de distracción, incluso leer o escribir, es un momento de tan solo meditar, de íntima conexión con uno mismo.
Mi casa, mi hogar, es un espacio donde convergen ambas tradiciones. Recibimos con alegría esta fecha, ya que es una de las vísperas más esperadas del año, quizás la más esperada, “la Noche de las Velitas”. Además de departir con amigos y familia, aprovechamos la oportunidad para conmemorar estos dos festejos. Desde temprano con mis hijos construimos faroles artesanales, de material reciclado, en preparación para esta celebración. Tomamos el tiempo para encender las luces, las colocamos en el muro del balcón y desde ahí admiramos las luces del vecindario. De la misma manera, en una esquina de nuestra terraza está una estatua del Buda, en piedra, la cual en este día rodeamos con velas encendidas. Recordando así, que de alguna manera también se encienden las luces de nuestro corazón. Rememoramos lo importante que es compartir en familia y amistad, y recibir una época maravillosa del año en la que desde el amor se permite transitar en comunión, para albergar con serenidad e ilusión una coyuntura de transformación fruto de la reflexión y la ponderación
Entretanto, en mi cuarto de meditación dispongo todo para la vigilia en honor del despertar del Buda, alistó el cojín y preparó el altar, poniendo el agua a los pies de la pequeña estatua que sobre la mesita preside este sacro lugar y por supuesto comienzo a prender las velas las cuales iluminan el rostro de Buda mientras ofrezco incienso. Y todavía con las velas de afuera encendidas, llega el momento de sentarse en meditación silente.
En la noche previa a la celebración del despertar del Buda, hay un tiempo de vigilia dedicado a la meditación para dar la bienvenida a la “estrella de la mañana,” la que marca el momento del nirvana, el instante en el que el Buda comprueba que el despertar es posible. Es esta posibilidad a la que dedicó su enseñanza, un legado que nos empodera y nos ofrece un camino de disciplina y convicción. El silencio de la noche se abre en la espaciosidad de la madrugada. En ese silencio, por mi parte me siento en meditación ojalá hasta que despunte el amanecer.
Más allá del sincretismo o la yuxtaposición, se trata de una integración de valores y convicciones, de armonizar conceptos diversos dentro de la espiritualidad de lo cotidiano que permite a cada uno construir su propia visón y vivencia, sin imposiciones y ser libre de manifestarla con la mayor naturalidad.
Rohatsu y la Inmaculada Concepción, una misma fecha, dos celebraciones distantes, distintas y lejanas, aunque simbólicamente similares, inspiradoras y transformadoras. Ambas relacionadas con la luz y la iluminación, ambas acompañadas de una vigilia que da el recibimiento y sirve de preámbulo a un nuevo salto en la vida de practicantes y creyentes.
Poniendo en contexto, el budismo Zen hace parte de la corriente Mahayana que tiene una visión más liberal que invita a una proyección de la práctica hacia los demás, mas que al crecimiento o despertar individual. La celebración del Rohatsu es el recuerdo de ese noble sendero que se propone lograr la misión de acompañar el despertar de todos los los seres. La Inmaculada Concepción, un dogma de fe, es igualmente la preparación del camino de Cristo, quien propone desde el amor servir a los semejantes, brindarse a ellos. Ambas celebraciones nos recuerdan que no estamos acá en esta existencia para ensalzarnos en nuestro egoísmo, sino para construir desde lo colectivo al servicio de los seres sensibles. Y aunque en principio parecieran celebraciones no relacionadas, ambas nos convidan a una vida sustentada en el altruismo, trascendiendo la ambición egocéntrica y viviendo en solidaridad.
En casa, entonces, encendemos velas al Buda y a la Virgen. Es un hogar donde se abraza el sentido de la concepción sin mancha que representa la luminosidad del seno donde será el niño Jesús engendrado, presagio de la paz que traerá y de que será maestro. Así como también acogemos el mensaje de que el despertar es factible y que así como Buda, el maestro, lo logró, todos nosotros podemos descubrir nuestra naturaleza búdica y despertar a la verdad del sufrimiento y a la experiencia de aliviar el sufrimiento en los demás. En casa, juntamos visiones y tradiciones, reconocemos la luz en uno y otro lado, desde el respeto, la consideración y la admiración. Más allá del sincretismo o la yuxtaposición, se trata de una integración de valores y convicciones, de armonizar conceptos diversos dentro de la espiritualidad de lo cotidiano que permite a cada uno construir su propia visón y vivencia, sin imposiciones y ser libre de manifestarla con la mayor naturalidad. Una aproximación quizás audaz e intrépida, corajuda, de perspectivas aparentemente lejanas, casi opuestas, que tienen más en común de lo que sospechamos cuando nos adentramos a vivenciarlas, a reconocerlas desde la experiencia, la única forma que, según el Buda, podemos validar la verdad.
Somos muy afortunados, como familia, de tener un panorama amplio e integrador, de la vida espiritual y de la práctica espiritual. Esta armonización nos invita a amarnos en la diferencia, honrando el mensaje de unión. Estas dos tradiciones representan la compasión, por un lado la generosidad y compasión maternal de la Santísima Virgen. Y por el otro, la responsabilidad individual y colectiva que nos plantea el Buda de comprometernos a aliviar el sufrimiento propio, al igual que el sufrimiento ajeno. Confluyen en nuestro terruño el amor de la madre y el amor del bodhisattva (aquel en el camino a la iluminación). Concurren de manera fascinante y armónica la mirada cristiana y la budista, se reúnen en la voluntad de servicio a todos los seres sensibles. La fiesta de la Inmaculada y el Rohatsu nos congregan, nos unen en afecto y convicción. Esta unión, es una muestra de cómo la amplitud del corazón puede manifestarse en lo más esencial, en lo simple, en la fuerza que transmuta. En últimas, en nuestra morada, Rohatsu e Inmaculada, nos invitan al silencio, nos exhortan a mantener encendida la lumbre de nuestra determinación espiritual; a actuar como nos proponen las enseñanzas de la Virgen, por un lado y del Buda, por el otro. Rohatsu e Inmaculada Concepción, una aventura que compartimos en un hogar plurireligioso y de la que nos nutrimos en el sosiego cotidiano.
ACERCA DE SANTIAGO AVILÉS LEE
Santiago Avilés es médico y profesor universitario colombiano con maestría en Medicina Tradicional Oriental. También es un practicante del budismo zen, ha estudiado bajo la instrucción de Roshi Joan Halifax, y está actualmente en formación para convertirse en monje zen. Como médico y practicante zen, su práctica se enfoca en acompañar a los pacientes en las etapas finales de la vida. Avilés también trabaja para convertirse en especialista en bioética, uniendo su trabajo en Neurociencias y el estudio y práctica de las técnicas de atención plena, contemplativa, meditativa y reflexiva.