Bailar es el modo más jubiloso que he encontrado para practicar el dharma. Para mí, bailar es un modo de hacerme una con el flujo del momento presente. Es una práctica de suavizar, así como de fortalecer, estirar y relajar, abrir y sentir. Así, la danza me ha permitido entender mi práctica de dharma en un modo más abierto y flexible. Tras muchos años de práctica formal de dharma, la cual incluía la recitación de una sadhana y meditación sentada, desde hace un año la danza se ha convertido en mi práctica principal.
Entre más bailo, las dualidades pierden más su arraigo
La danza como práctica de dharma es muy diferente a la danza performática. Como práctica espiritual, no se trata de la forma, la habilidad, la precisión o incluso la belleza. La danza como práctica de dharma se trata de desarrollar la mente a través del cuerpo y su movimiento consciente. Se trata de desarrollar sabiduría, compasión y amor bondadoso. Ultimadamente, mi danza busca encarnar la bodhichitta. Se trata de fluir con la intención de despertar y de contribuir al despertar de los demás.
La danza como práctica de dharma implica esfuerzo gozoso. Como en todas las prácticas, la danza nos avienta y empuja hacia un viaje interno en el cual purificamos obstrucciones de apego, aversión e ignorancia. Este proceso sucede naturalmente. Como una disciplina, bailar todos los días exige un esfuerzo sostenido y constante. Tenemos que empujarnos a ir más allá de nuestras tendencias de auto-sabotaje, o nuestras preferencias a abandonar el movimiento y descansar, comer o irnos a checar nuestro Instagram.
En muchas ocasiones, estas ‘urgencias’ ordinarias son sólo impurezas disfrazadas; hábitos muy arraigados de deseos y de emociones que a menudo no queremos enfrentar. Pero si lo hacemos, si logramos mantenernos bailando conscientemente -no importa lo que nos esté incitando a la distracción- entonces un flujo subyacente de deseos y aversiones sale a la superficie. Justo en ese punto es importante seguir danzando para ver con más claridad y permitir que el movimiento nos ayude a soltar y dejar ir. Es decir, continuar con la práctica de mantenernos conectados con lo que está sucediendo en el lugar, el momento, el ambiente y los flujos internos (mentales, emocionales, corporales, Etc.). A veces ese esfuerzo extra nos pide que bailemos más despacio, o con más fuerza, o con un mayor sentido de gozo. En mi propia práctica, a menudo fracaso en llegar a ese punto en donde el esfuerzo se vuelve realmente gozoso. A veces lo logro con éxito. En ambas ocasiones yace una oportunidad de aprender y pulir mis áreas inhóspitas.
Cuando bailo, a menudo pongo música en el jardín de mi padre y me muevo de un modo consciente e improvisado. A medida que me muevo, permito que los verdaderos anhelos de mi corazón aparezcan sin disfraz. Permito que mi cuerpo entero se suavice y se fortalezca al mismo tiempo.
Este proceso comienza desde la selección de la música, en la cual procuro alejarme de elegir mediante un proceso mental, sino más bien, intento alinearme con la música que realmente me resuena en el momento de empezar la práctica. Luego permito que mi cuerpo guíe el movimiento. Esto sucede como una labor de escuchar, de sentir y de aceptar. Cuando dejo que mi cuerpo sea guiado por el flujo de sonidos y sensaciones, mi mente se entrena a participar sólo de modos útiles -es decir, a mantenerme presente y dar importancia sólo a pensamientos que estimulan mi sentido de propósito y dirección.
Mi práctica de danza me ha permitido aprender a dejar ir juicios habituales estrechos, así como ideas de qué música o qué movimientos son apropiados para una práctica espiritual. Al principio pensaba que yo debía bailar sólo música del tipo de cantos tibetanos, playlists de sanación sonora y música de practicantes como Ajeet o Wah, pero con el tiempo, he aprendido a escuchar y respetar con más honestidad a mi cuerpo y a mi estado emocional tal cual es. Esta escucha profunda me ha llevado a una gran variedad de estilos musicales que se han incorporado a mi práctica. A veces me siento llamada a generar fuego con música muy energética así como Sia, Jennifer López, Beyonce, Gerald toto, Juls o Bisa Kdei. Otras veces me siento llamada a poner sonidos más cercanos al viento; música más abstracta así como de Wim Mertens, Alexandra Streliski u Olafur Arnalds. Cuando necesito conectar con el elemento emocional y el agua en mi práctica recurro a Efterklang, Miguel Bosé o Sona Jobarteh. A veces es momento de ir hacia la colección musical de mi padre, la cual incluye Lionel Richie, Phil Collins y Bee Gees. Si mi energía está baja o mis emociones son muy pesadas, algunos éxitos de música latina, así como de la Sonora Santanera, Celso Piño o Shakira, se convierten en mi medicina. Una de la canciones que mas me gusta bailar es “Elastic heart” de Sia, ya que me recuerda mantener mi corazon y mi mente abiertas y elastica – listos para los cambios y las direcciones que traen cada práctica.
Entre más bailo, las dualidades pierden más su arraigo. En el reino de los cuerpos danzantes, no hay una contradicción de opuestos. Podemos experimentar el movimiento y la quietud convergiendo en una experiencia fluida. A veces acontece un flujo fogoso, incluso colérico, a veces un flujo suave, alegre o amable. De cualquier modo, para mí bailar es un modo de llegar a ser. De ser fuego, de ser aire, de ser agua y de ser consciencia. Ser Tierra, ser tú, ser aquello que es esencial y está en todas partes.
Que todos encontremos nuestros modos de permitir que nuestros corazones danzen. Que todos seamos exitosos en seguir nuestros caminos genuinos y dignos en el Dharma. ¡Sarva Mangalam!