Ella quien escucha los llantos del mundo

En la iconografía budista, la compasión se encarna en la bodhisattva Kuan Yin, se dice que ella se manifiesta donde los seres necesitan ayuda. Engendrar tal compasión no es sólo bueno para los demás, dice Christina Feldman, también es bueno para nosotros. Al poner a los otros primero, suavizamos las ataduras a la fijación del yo, y al hacerlo, nos acercamos a nuestra propia liberación.

Christina Feldman3 June 2021

La compasión no es extraña para ninguno de nosotros: sabemos cómo se siente ser movidos profundamente por el dolor y el sufrimiento de otros. Todas las personas reciben su propia dosis de pena y dificultades en esta vida. Los cuerpos envejecen, la salud se vuelve frágil, las mentes pueden ser afligidas por la confusión y la obsesión, los corazones se rompen. Vemos a mucha gente que se le pide aguantar  lo insoportable -hambre, tragedia y adversidades más allá de nuestra imaginación. Nuestros seres amados sufren enfermedades, dolor, penas, y nosotros anhelamos aliviar su carga.

La historia humana es una historia de amor, redención, bondad y generosidad. También es una historia de violencia, división, negación y crueldad. Enfrentados con todo esto, podemos suavizarnos, esforzarnos y hacer todo lo que podamos para aliviar el sufrimiento. O podemos elegir vivir con miedo y negación haciendo todo lo que esté en nuestra mano para proteger nuestro corazón de ser tocado, con miedo de ahogarnos en este océano de pena. 

Una y otra vez se nos pide que aprendamos una de las lecciones más claras de la vida: correr del sufrimiento; endurecer nuestros corazones, huir del dolor, es negar la vida y vivir en el miedo. Así que, tan difícil como sea el abrir nuestros corazones hacia el sufrimiento, el hacerlo es el camino más directo hacia la transformación y la liberación.

El descubrir un corazón despierto dentro de nosotros es crucial para no idealizar o romantizar la compasión. Nuestra compasión simplemente crece de nuestra voluntad de encontrarnos con el dolor en vez de huir de él.

La compasión y la sabiduría están en el corazón del camino del Buda. En las historias budistas antiguas encontramos a hombres y mujeres jóvenes haciendo las mismas preguntas que nosotros nos preguntamos hoy en día: ¿Cómo podemos responder al sufrimiento que está entretejido en la tela misma de la vida? ¿Cómo podemos descubrir un corazón que está realmente liberado del miedo, la ira y la alienación? ¿Hay alguna manera de profundizar en la sabiduría y la compasión de tal modo que estas puedan hacer una diferencia genuina en un mundo confundido y destructivo?

Quizás estemos tentados a ver la compasión como un sentimiento; una respuesta emocional que experimentamos ocasionalmente cuando nos encontramos con el dolor agudo. En estos momentos de apertura, las capas de nuestra defensa se desmoronan; intuitivamente sentimos una respuesta inmediata, y vislumbramos el poder de la no-separación. Milarepa, un gran sabio tibetano expresó esto cuando dijo “Así como instintivamente me estiro, toco y sano una herida en mi pierna como parte de mi propio cuerpo, así también me estiro y sano el dolor en otro como parte de este cuerpo”. Demasiado a menudo estos momentos de compasión se disuelven y una vez más nos encontramos protegiéndonos, defendiendonos y distanciandonos del dolor. Sin embargo, hay presentimientos poderosos que nos animan a cuestionarnos si la compasión puede ser algo más que un accidente con el cual nos encontramos de paso. 

No importa cuánto lo intentemos, no podemos hacernos sentir compasivos. Pero podemos inclinar nuestros corazones hacia la compasión. En una de las historias en la literatura budista antigua, el ascético Sumedha reflexiona en el vasto viaje interior que es requerido para descubrir la sabiduría y la compasión inquebrantables. Él describe la compasión como un tapete tejido de muchos hilos: generosidad, virtud, renuncia, sabiduría, energía, paciencia, honestidad, determinación, amor bondadoso y ecuanimidad. Cuando encarnamos todas estas cualidades en nuestras vidas, desarrollamos el tipo de compasión que tiene el poder de sanar el sufrimiento. 

Hace unos años, un monje de edad avanzada llegó a la India tras escapar de una prisión en el Tibet. Encontrándose con el Dalai Lama, el monje le contó acerca de los años que estuvo en prisión; las adversidades y golpes que soportó, el hambre y la soledad con las que vivió y la tortura que enfrentó. 

En algún punto el Dalai Lama le preguntó, “¿Hubo algún momento en el que sintieras que tu vida estaba realmente en peligro?”

El monje viejo le respondió, “En verdad, el único momento en el que realmente sentí riesgo es cuando me sentí en peligro de perder mi compasión por mis carceleros”.

Escuchando historias como esta, a menudo nos quedamos sintiendo escépticos y asombrados. Quizás nos sintamos tentados a idealizar a ambos; a aquellos que son compasivos y a la cualidad de la compasión en sí misma. Nos imaginamos que estas personas son santos, que poseían poderes inaccesibles para nosotros. Sin embargo, historias de gran sufrimiento son, a menudo, historias de gente ordinaria quienes han encontrado la grandeza del corazón. El descubrir un corazón despierto dentro de nosotros, es crucial para no idealizar o romantizar la compasión. Nuestra compasión simplemente crece de nuestra voluntad para encontrarnos con el dolor en vez de huir de él. 

Quizás nunca nos encontremos en situaciones de tal riesgo que nuestras vidas estén en peligro; sin embargo la angustia y el dolor son aspectos innegables de nuestras vidas. Ninguno de nosotros puede construir murallas alrededor de nuestros corazones que sean invulnerables a ser traspasadas por la vida. Enfrentando la pena que nos encontramos en esta vida, tenemos la opción: nuestros corazones se pueden cerrar, nuestras mentes retroceder, nuestros cuerpos contraerse, y podemos experimentar el corazón que mora en un estado de rechazo doloroso. También podemos sumergirnos profundamente dentro de nosotros mismos para nutrir el valor, el balance, la paciencia y la sabiduría que nos permiten seguir dando cuidado. 

Si hacemos esto, encontraremos que la compasión no es un estado. Es un modo de relacionarnos e involucrarnos con el frágil e impredecible mundo. Su dominio no es sólo el mundo de aquellos a quienes amamos y quienes nos importan, sino también el mundo de aquellos quienes nos amenazan, nos perturban y nos dañan. Es el mundo de los seres incontables que no conocemos y que están enfrentando vidas insoportables. El viaje último de un ser humano es el descubrir cuánto puede abarcar su corazón. Nuestras capacidades de causar sufrimiento, así como de sanar el sufrimiento viven lado a lado dentro de nosotros. Si elegimos la capacidad de sanar, lo cual es el reto de cada vida humana, encontraremos que nuestros corazones pueden abarcar muchísimo, y podemos aprender a sanar -en vez de aumentar- las parcialidades que nos dividen unos de otros.

En el siglo uno en el norte de la India, probablemente en lo que ahora es parte de Afganistán, fue compuesto el Sutra del Loto. Este es uno de los textos más poderosos en la tradición budista; es una celebración del corazón liberado expresándose a sí mismo en una compasión poderosa y sin límites; una compasión que llega a todas las esquinas del universo, aliviando el sufrimiento dondequiera que lo encuentra.

Cuando el Sutra del Loto fue traducido al chino, Kuan Yin, “la que escucha los llantos del mundo”, emergió como una encarnación de la compasión que ha ocupado un lugar central en la enseñanza y la práctica budista desde entonces. A lo largo de los siglos, Kuan Yin ha sido representada en una variedad de formas. En algunos momentos es representada como una presencia femenina, con el rostro sereno, los brazos estirados y los ojos abiertos. En otros momentos sostiene una rama de sauce, simbolizando resiliencia -capaz de doblarse sin romperse frente a las tormentas más feroces. En otros momentos se representa con mil brazos y manos, cada una con un ojo abierto en el centro, representando su conciencia constante de la angustia y su responsividad que lo abarca todo. A veces toma forma de guerrera armada con una multitud de armas, encarnando el aspecto aguerrido de la compasión comprometida a desenraizar las causas del sufrimiento. Una protectora y una guardiana, ella está comprometida enteramente con la vida. 

La verdadera compasión no se forja a la distancia del dolor, sino en sus fuegos.

Cultivar la voluntad de escuchar profundamente a la pena dondequiera que la encontremos es dar el primer paso en el viaje de la compasión. Nuestra capacidad de escucha sigue pisando los talones a esta voluntad. Podemos hacer esfuerzos heroicos en nuestras vidas para protegernos de la angustia que nos puede rodear y vivir en nosotros, pero en verdad una vida de evasión y defensa es una vida de ansiedad y de separación dolorosa.

La verdadera compasión no se forja a distancia del dolor, sino en sus fuegos. No siempre tenemos una solución para el sufrimiento. No siempre podemos arreglar el dolor. Sin embargo, podemos encontrar el compromiso para permanecer conectados y escuchar profundamente. La compasión no siempre pide por actos heroicos o grandes palabras. En los tiempos de las aflicciones más oscuras, lo que se necesita más profundamente es la valiente presencia de una persona que puede ser receptiva de corazón.

Puede parecernos que estar conscientes de la pena y abrir nuestros corazones a ella nos hará sufrir más. Es cierto que la conciencia trae consigo una mayor sensibilidad hacia nuestros mundos internos y externos. La consciencia abre nuestros corazones y mentes a un mundo de dolor y aflicción que antes apenas se asomaba en la superficie de la conciencia, como una piedra que salta en el agua. Pero la conciencia también nos enseña a leer entre líneas y a ver debajo del mundo de apariencias. Empezamos a percatarnos de la soledad, necesidad y miedo en otros que antes nos era invisible. Debajo de palabras de ira, culpa o agitación, escuchamos la fragilidad del corazón de la otra persona. La conciencia se vuelve más profunda porque escuchamos más agudamente los llantos del mundo. Cada uno de esos llantos tiene escrito dentro de sí la súplica por ser recibido. 

La conciencia nace de la intimidad. Sólo podemos temer y odiar lo que no entendemos y lo que percibimos a distancia. Sólo podemos encontrar compasión y libertad en la intimidad. Podemos temer la intimidad con el dolor porque tenemos miedo de sentirnos desamparados; tememos que no contamos con el balance interno para abrazar el sufrimiento sin ser sobrecogidos. Sin embargo, cada vez que encontramos la voluntad para darle la cara a la aflicción, descubrimos que no estamos desprovistos de poder. La conciencia nos rescata del desamparo; nos enseña a ser de ayuda a través de nuestra cordialidad, paciencia, resiliencia y valor. La conciencia es una precursora del entendimiento, y el entendimiento es el prerrequisito para llevar el sufrimiento a su fin.

Shantideva, un maestro profundamente compasivo quien enseñó en la India en el siglo ocho, dijo, “Cualquier cosa que estés haciendo, sé consciente del estado de tu mente. Logra el bien; este es el camino de la compasión.” ¿Cómo sería nuestra vida si llevamos este compromiso a todos nuestros encuentros? ¿Qué sucedería si nos preguntamos a nosotros mismos a qué estamos dedicados cuando nos encontramos con un mendigo en la calle, un niño llorando, una persona con quienes hemos tenido conflictos, o alguien que nos ha decepcionado? No siempre podemos cambiar el corazón o la vida de otra persona, pero siempre podemos cuidar el estado de nuestra propia mente. ¿Podemos dejar ir nuestra resistencia, juicios y miedo? ¿Podemos escuchar de corazón para entender el mundo de la otra persona? ¿Podemos encontrar el valor para permanecer presentes cuando queremos huir? ¿Podemos igualmente encontrar compasión para perdonar nuestro deseo de desconectarnos? La compasión es un viaje. Cada paso, cada momento de cultivarla, es un gesto de profunda sabiduría. 

Viviendo en Asia por muchos años, me encontré con ríos y ríos de gente pidiendo limosnas en las calles. Frente a algún niño desolado y demacrado me encontraba a mí misma juzgando a una sociedad que no podía cuidar por sus niños desprovistos. A veces me sentía irritada, quizás dándoles unas monedas en las manos mientras aseguraba mantener cierta distancia. Me debatía si estaba perpetuando la cultura del mendigar al responder a la súplica del niño. Me tomó mucho tiempo darme cuenta que, por más que mis monedas pudieron haber sido apreciadas, eran secundarias al hecho de que yo raramente hacía una conexión con el niño. 

Como la etimología de la palabra lo indica, “compasión” es la habilidad de “sentir con” y eso involucra un salto de empatía y una voluntad de ir más allá de las fronteras de mi propia experiencia y juicios. ¿Qué significaría el ponerme en el corazón de ese niño mendigando? ¿Cómo sería no saber nunca si voy a comer ese día porque depende enteramente de las limosnas de extraños? Viajar más allá de nuestras fronteras familiares, nuestros corazones tiemblan; entonces es cuando tenemos la posibilidad de lograr el bien. 

Milarepa una vez dijo, “Acostumbrado desde hace mucho a contemplar la compasión, he olvidado toda diferencia entre yo y otros.” La compasión genuina no tiene fronteras o jerarquías. La pena más pequeña merece compasión tanto como la angustia más grande. El dolor en el corazón que experimentamos ante la cara de la traición pide tanta compasión como la persona atrapada en medio de la tragedia. Aquellos a quienes amamos y aquellos a quienes menospreciamos piden compasión; aquellos que no tienen culpa, y aquellos que causan sufrimiento están todos envueltos en el tejido de la compasión. Un viejo monje zen una vez proclamó, “Oh, que mis hábitos de monje fueran tan amplios para reunir todos los sufrimientos de este mundo flotante.” La compasión es la respuesta del corazón liberado ante el dolor, donde sea que éste se encuentre.

Cuando vemos a aquellos que amamos sufriendo, nuestra compasión es instintiva. Nuestro corazón se puede romper. También se puede abrir. Somos puestos a prueba más contundentemente cuando nos enfrentamos con el dolor de un ser amado que no podemos arreglar. Queremos proteger a aquellos a quienes amamos de que sufran daño, pero la vida continúa enseñándonos que nuestro poder tiene límites. La sabiduría nos dice que insistir en que la impermanencia y la fragilidad no toquen a aquellos a quienes amamos es caer en el enemigo cercano de la compasión, el cual es el apego al resultado y la insistencia en que la vida debe ser distinta a la que es en realidad.

Compasión significa ofrecer un refugio a aquellos que no tienen refugio. El refugio nace de nuestra voluntad para soportar lo que por momentos se siente como insoportable -ver a alguien amado sufriendo. El dejar ir nuestra insistencia de que aquellos que amamos no deben sufrir no es una falta de amor, sino un soltar la ilusión; dejar ir la ilusión de que el amor puede proteger a alguien de los ritmos naturales de la vida. En la cara del dolor de un ser amado se nos pide entender lo que significa ser firme y paciente en medio de nuestro propio miedo. En nuestras relaciones más íntimas, el amor y el miedo crecen simultáneamente. Un corazón compasivo sabe que esto es cierto y no exige que desaparezca el miedo. Sabe que sólo en medio del miedo podemos empezar a descubrir la valentía de la compasión.

Algunas personas cargando historias pesadas de falta de autoestima o negación, encuentran como lo más difícil el extender la compasión hacia sí mismos. Conscientes de la vastedad del sufrimiento en el mundo, pueden sentir que es auto-indulgente el preocuparse por un cuerpo que tiene malestares, o su corazón roto, o su mente confundida. Sin embargo, esto también es sufrimiento, y la compasión genuina no hace distinción entre el yo y otros. Si no sabemos cómo abrazar nuestras propias fragilidades e imperfecciones, ¿cómo imaginamos que podemos encontrar espacio en nuestros corazones para alguien más?

El Buda dijo una vez que podías buscar en todo el mundo y no encontrar a nadie que mereciera más tu amor y compasión que ti mismo. En vez de eso, demasiadas personas se encuentran dirigiendo niveles de severidad, demandas y juicios hacia adentro que ni siquiera soñarían en dirigir hacia otra persona, sabiendo el daño que incurrirían. Ellos son capaces de hacerse a sí mismos lo que no harían a otra persona.

La ira puede ser el principio del abandono, o el principio del compromiso a ayudar a otros.

En la búsqueda de una compasión idealizada, muchas personas se niegan a sí mismas. La compasión “escucha los llantos del mundo”, y nosotros somos parte de ese mundo. El camino de la compasión no nos pide que nos abandonemos a nosotros mismos ante el altar de un estado idealizado de perfección. Un camino de sanación no hace distinciones: en la pena de nuestras propias frustraciones, decepciones, miedos y amargura, aprendemos las lecciones de paciencia, aceptación, generosidad, y, ultimadamente, compasión.

La compasión más profunda se nutre en medio del sufrimiento más profundo. Enfrentados con el pesar de aquellos que amamos o aquellos que son inocentes en este mundo, la compasión surge instintivamente. Frente a las personas que infligen dolor a otros, debemos sumergirnos en lo profundo de nosotros mismos para encontrar la entereza y el entendimiento que nos permita continuar abiertos. Conectar con aquellos que infligen daño es una práctica dura, sin embargo la compasión es más o menos superficial si nos volteamos y evitamos aquellos quienes -perdidos en ignorancia, furia y miedo- dañan a otros. La montaña de sufrimiento en el mundo nunca podrá ser reducida añadiendo más y más amargura, resentimiento, furia y culpa.

Thich Nhat Hanh, el amado maestro vietnamita, dijo, “La ira y el odio son los materiales de los cuales está hecho el infierno.” No quiere decir que el corazón compasivo nunca va a sentir ira. Enfrentados con una injusticia terrible, con opresión y violencia en nuestro mundo, nuestros corazones tiemblan no sólo de compasión, sino también de ira. Una persona sin ira puede ser una persona que no ha sido tocada profundamente por actos dañinos que causan cicatrices en las vidas de muchas personas. La ira puede ser el inicio del abandono, o el inicio del compromiso a ayudar a otros.

Podemos estar estimulados al despertar por la exposición al sufrimiento, y este despertar puede convertirse en parte de la tela de nuestra propia furia, o parte de la tela de la acción sabia y compasiva. Si nos alineamos con el odio, nos alineamos también con los que perpetúan el daño. También podemos alinearnos con un compromiso a traer fin a las causas del sufrimiento. Es fácil olvidar la representación de Kuan Yin como una guerrera armada, profundamente dedicada a proteger a todos los seres, sin miedo y resuelta a llevar el sufrimiento a su fin. 

Rara vez las palabras y actos de sanación y reconciliación nacen de un corazón agitado. Una de las grandes artes al cultivar la compasión es preguntar si podemos abrazar la ira sin culpar a nadie. El culpar agita nuestros corazones, los deja contraídos y, ultimadamente, lleva a la desesperación. El entregar la culpa es mantener la sabiduría que discrimina y sabe claramente qué es el sufrimiento y qué lo causa. El entregar la culpa es entregar la separación que hace que la compasión sea imposible.

La compasión no es un dispositivo mágico que puede disipar todo el sufrimiento instantáneamente. El camino de la compasión es altruista, pero no idealista. Caminando este camino no se nos pide que sacrifiquemos nuestra vida, que encontremos una solución para todas las dificultades en este mundo,  o que rescatemos a todos los seres inmediatamente. Se nos pide que exploremos cómo podemos transformar nuestros corazones y mentes en cada momento.  ¿Podemos entender la transparencia de la división y la separación? ¿Podemos liberar nuestros corazones de mala voluntad, miedo y crueldad? ¿Podemos encontrar la firmeza, la paciencia, la generosidad, y el compromiso para no abandonar a nadie o nada en este mundo? ¿Podemos aprender cómo escuchar profundamente y descubrir el corazón que tiembla ante la cara del sufrimiento?

El camino de la compasión se cultiva paso a paso y momento a momento. Cada uno de estos pasos aligera la montaña de penas en el mundo.

ACERCA DE CHRISTINA FELDMAN

Christina Feldman es la autora de Compassion: Listening to the Cries of the World. Es también co-fundadora y maestra de Gaia House, un centro de meditación budista en Devon, Inglaterra, y es maestra senior en la Insight Meditation Society en Barre, Massachusetts.

ACERCA DE RATNA DAKINI (Traductora)

ratna dakini es una yoguini budista tibetana, poeta y traductora originaria de México. Ha publicado dos libros de poesía de dharma, el último titulado Sunbird (2020). Ha traducido para la Comunidad de Meditación de Tergar por Aprox. 6 años, y continúa traduciendo para Tergar, así como para la página en español de Lion’s Roar. Actualmente vive en San Miguel de Allende, donde enseña Yoga, practica danza y prepara un tercer libro de poesía.

Christina Feldman

Christina Feldman

Christina Feldman is the author of Compassion: Listening to the Cries of the World. She is cofounder and a guiding teacher at Gaia House, a Buddhist meditation center in Devon, England, and a senior teacher at the Insight Meditation Society in Barre, Massachusetts.