Cuando terminó la llamada por Zoom de una reunión dominical con nuestra sangha local, me sentí más cerca de ellos que nunca. La llamada no fue convencional -en el sentido de pandemia-global. El gato de una mujer no paraba de pasar en frente de su cámara, otra persona tenía una conexión de WiFi inestable desde su camper en el sitio en el que se encontraba cuando fue necesario quedarse en un solo lugar. El hombre que dio la plática de dharma no estaba rasurado y tenía un “pelo de cuarentena” que había decidido dejar hacer su propia voluntad. Había cierta intimidad arrugada, todos sonriendonos unos a otros desde nuestros sobre-habitados espacios, dándonos cuenta cuánto extrañamos ver a esta preciosa gente.
Mi respiración no se había sentido un lugar seguro por un buen rato.
Ese día la plática de dharma partió de un lugar de honestidad, vulnerabilidad y curiosidad. Fue acerca de nuestra práctica durante la pandemia. Yo estaba distraída por la mezcla de síntomas de Covid-19 en mi cuerpo esa mañana: aturdimiento, fatiga y una ligera falta de oxígeno. También sentí emociones agitadas. Durante mis veintitantos años de meditación y práctica de presencia mental, mi respiración se ha convertido en un amigo íntimo -una base que siempre me recibe cálidamente de regreso a mi cuerpo y al momento presente. Esa mañana meditando con la sangha, me di cuenta que mi respiración no se había sentido como ese lugar seguro por un tiempo. Me di cuenta que al tratar de encontrar un Camino Medio a través del Covid-19, me había perdido en tierra de nadie, que no se sentía como la ecuanimidad que yo buscaba, sino como un fracaso en mi intento de progresar.
Las primeras veces que pensé que me estaba recuperando de Covid-19, estaba ansiosa por regresar a mi trabajo como capellán de hospital. Me imaginaba las caras de las enfermeras y doctores en la unidad de cuidados intensivos, y en la sala de emergencias, y quería estar ahí para apoyarlos. En aquellos días iniciales, me imaginaba regresando con inmunidad, capaz de estar con pacientes de Covid cuando sus familias no podían estar cerca. A medida que los síntomas siguieron resurgiendo, la decepción se volvió dolorosa. Se sintió como perder un juego de serpientes y escaleras.
Estaba esperando recuperarme, pero no me estaba recuperando. Nunca he sido muy proclive a alimentar las esperanzas, en general -he practicado ser testigo de lo que está presente, más que esperar que la realidad sea diferente de lo que es. Pero cuando me despertaba sintiéndome un poquito mejor, no podía evitar esperar que en verdad me estuviera curando. Unas veces mi frustración y lágrimas se convirtieron en un enojo tan fuerte que pensé que quizás sacaría al virus de mi cuerpo. Nop.
Yo no tengo condiciones de salud subyacentes, pero me he enfermado muchas veces. He tenido influenza. Pero esto – este Covid-19 se sale de todas las reglas. Sentada, haciendo mi lista del súper, mi nivel de oxígeno podía caer de repente. Por meses mi cerebro ha batallado con la memoria a corto plazo y con el formar frases. La fatiga ha sido lamentable. Aunque ya no se siente que llevo un delantal de plomo en mi pecho, la mayoría de los días aún me lastima respirar. Yo conozco bien a mi cuerpo, pero durante este trayecto empecé a desconfiar de él.
Cuando mi línea vital de oxígeno se apretó, estalló en mí una sensación singular del yo, los ojos bien abiertos.
También me empecé a dar cuenta de la impermanencia de mi cuerpo -mi mortalidad- que quizás no sea un asunto distante. Realmente no sé cómo va a ir esta historia para mí. Como capellán de hospital, he estado presente en muchas muertes, tanto traumáticas como pacíficas. He apoyado a mucha gente a través de aflicciones con la respiración. Durante uno de mis últimos turnos antes de enfermarme, me llamaron a la unidad de cuidados intensivos para apoyar a una mujer en sus cuarentas quien estaba sin aliento y pánico. Yo estaba ahí con calma y amabilidad. Sostuve su mano (un protocolo pre-pandemia) hasta que se durmió. Pero desde entonces, los momentos de terror cuando los niveles de mi propio oxígeno han caído drásticamente me han dado una empatía visceralmente nueva hacia las personas que están luchando con la respiración. La verdad del no-yo se filtró en mis huesos durante años de meditación y reflexión, pero cuando mi línea vital de oxígeno se apretó, estalló en mí un sentido singular del yo, mis ojos bien abiertos. Yo quería vivir. Yo quiero vivir.
Tras anunciar en muchas ocasiones que ya, definitivamente, me estaba sintiendo mejor, sólo para regresar al piso de nuevo, las subidas y bajadas de esta versión de Covid-19 de “largo plazo” se convirtieron tan dolorosas que tuve que dejar de esperar recuperarme, sin embargo sabía que no ayudaría si me tornaba a la desesperanza en mis pensamientos. Aspiraba un Camino Medio de aceptación, sin aferrarme a los signos de mejora y sin resistirme a los síntomas. Después de todo, los síntomas eran una evidencia de mi cuerpo peleando valientemente en contra de un nuevo enemigo desconcertante.
La aceptación alivió el sufrimiento mental por un tiempo, pero noche tras noche de fiebre baja, me deslicé de la aceptación a la apatía. Desesperanza. Fracaso en el progresar. Recordé a mi maestra, Roshi Joan Halifax hablando sobre la “esperanza sabia” [wise hope], y regresé a sus palabras. Ella habla de una “esperanza incondicional” que abarca ambos; el sufrimiento, y el potencial de la vida para sorprenderme. Esto es lo que está vivo en mi práctica ahora. Me tiene tomando más agua y usando la energía que tengo para escribir. El llegar a conectar con la sangha más grande a medida que navegamos esta pandemia por separado, pero uno al lado de otro.
Siendo una persona que voluntariamente ha practicado el no-saber por años, estoy siendo llevada a la humildad por este virus en muchos niveles. Mi cuerpo es un microcosmos de lo desconocido que la población de la Tierra está enfrentando involuntariamente. ¿Cuándo se irá este virus? ¿Qué daño irreparable está causando? ¿Aceptaré la invitación de esta pandemia a, como dice el poeta Rumi en “La casa de huéspedes” [“The Guest House”] permitir esta multitud de penas barrer mi casa y vaciarla de sus muebles, limpiando lo que ya no sirve y haciendo espacio para algo verdadero, fresco y esencial? ¿Nuestra especie aceptará esta invitación a la transformación? ¿Es este el capítulo en los libros de historia del futuro en donde la civilización gira de la Era del Yo, a la Era del Nosotros? Así lo espero.
ACERCA DE KRISTINA PEARSON
Kristina Pearson es una capellán de hospital ordenada y graduada del programa de capellanes de Upaya Zen Center.
ACERCA DE RATNA DAKINI (Traductora)
ratna dakini es una yoguini budista tibetana, poeta y traductora originaria de México. Ha publicado dos libros de poesía de dharma, el último titulado Sunbird (2020). Ha traducido para la Comunidad de Meditación de Tergar por Aprox. 6 años, y continúa traduciendo para Tergar, así como para la página en español de Lion’s Roar. Actualmente vive en San Miguel de Allende, donde enseña Yoga, practica danza y prepara un tercer libro de poesía.