Alrededor de la periferia del Templo Mahabodhi en Bodhgaya, la India, a lo largo de un camino donde los peregrinos circunvalan, unas paredes de roca sólida pintada de rosa muestran escenas de la vida del Buda en relieves realistas tallados a mano.
Mi escena favorita es la que muestra la noche antes de la iluminación del Buda, cuando fue visitado por los maras; las proyecciones de su propia delusión, deseo y aversión. La escena muestra al Buda sentado pacíficamente, rodeado de doncellas sensuales, bestias feroces y demonios furiosos amenazandolo con lanzas y vociferando para llamar su atención.
Siempre me ha impactado la yuxtaposición del torbellino de vigor y emoción de los maras y la despreocupación del Buda. ¿Cómo es posible quedarse quieto y pacífico con la mirada baja y una sonrisa en la cara, mientras las amenazas se arremolinan tan cerca y a la mano?
De pronto llega el momento cuando ves hacia abajo a tu cojín y te das cuenta de que aquí no es donde te apartas de tus demonios internos. Es donde los enfrentas.
Esta escena de la vida del Buda es una enseñanza visual para aquellos de nosotros quienes meditamos. Si tú te sientas y ves tu mente, todo lo que duerme en tu psique y en tu memoria va a venir de visita. Tarde o temprano, el meditar nos va a requerir que nos encontremos y tratemos con cada parte del yo, y eso quizás no sea lo que tenemos en mente cuando nos topamos con un zendo [sala de meditación] por primera vez o tomamos nuestra primera clase de mindfulness. En los primeros días de práctica, buscamos un refugio en la meditación; una isla lejos de los problemas, un lugar a donde podamos escapar de nuestras distracciones externas y de nuestras aflicciones internas.
Por un tiempo, quizás por algunos meses o incluso años, va a parecer que la práctica funciona así. Quizás venga a representar un mundo aparte de tu vida diaria, un tipo de santuario. Pero, eventualmente, llegará el momento en el que ves hacia abajo a la isla de tu zafu (cojín de meditación) y te darás cuenta de que éste no es el lugar donde te alejas de tus demonios internos. Es donde los enfrentas.
Si la meditación es hacer este trabajo, el espacio se abre hacia adentro, y en ese espacio cada memoria y trauma nos va a visitar de nuevo, cada miedo va a salir a la superficie. Nuestra sombra saldrá a jugar. Este no es un signo de ir hacia atrás. Es un signo de que el trabajo está comenzando.
Apariencia
En la tradición tibetana, hay una instrucción de fondo muy bien conocida que fue dicha por el maestro indú Tilopa a su discípulo Naropa. Él dijo:
La mente no está regida por las apariencias.
La mente está regida por el aferramiento.
Oh Naropa, corta con el aferramiento.
Vale la pena considerar esta palabra, “apariencias”, o abhasa en sánscrito, por su amplitud de significado. Realmente no tenemos una palabra en inglés [o español] que le haga justicia, aunque “apariencia” es probablemente la palabra singular más cercana para traducirla.
Su primer significado es “fenomenalidad”. Abhasa es todo lo que experimenta el yo subjetivo. Incluye todo lo que puede ser visto por nuestros ojos, escuchado con los oídos, olido, tocado, probado, sentido. En ese sentido, apariencia incluye todo lo que está “allá afuera” -las condiciones de nuestra vida.
Lo que surge dentro de la mente y el corazón es también abhasa. También incluye pensamientos, creencias, memorias, intuición, traumas del pasado, hábitos y emociones -todo lo que pensamos que está “aquí adentro”.
¿Las condiciones de tu vida? Esas son abhasa. ¿Esa persona que te irrita en el trabajo? Ella o él es abhasa. ¿Esa cadena de pensamientos sin fin que cae como cascada en tu mente cuando tratas de meditar? Eso es abhasa. ¿Enfermedad crónica? Abhasa. ¿Tus miedos, alegrías, esperanzas y sueños? Estos también son abhasa. Todo lo que puedas tener o experimentar en el presente o en el futuro es abhasa.
Las condiciones
Uno de los regalos de la práctica de meditación es que nos provee con un modo de des-acelerar y observar nuestra experiencia. Cuando lo hacemos, mucho se nos revela. Des-acelerar nos provee de la tranquilidad para dar un paso atrás de la manipulación y la fijación. En vez de estas, podemos simplemente mirar abhasa, observar lo que está pasando.
Cuando observamos, gradualmente empezamos a notar una riqueza profunda. Muchas cosas están sucediendo al mismo tiempo. El sonido está sucediendo. La respiración está respirando. La luz en el cuarto está cambiando. El corazón está latiendo. Parece que afuera están sucediendo algunas cosas, y algunas cosas suceden adentro. Una sinfonía de apariencias se está desenvolviendo.
Al principio, quizás todo está quieto y todo se siente bien. Pero eventualmente surge una comezón. Nuestra espalda empieza a dolernos. El sonido de la música de algún radio se cuela a través de la ventana. La música persiste. Surge la aversión. Podría meditar si tan sólo no hubiera ruido.
Ahora estoy segura de que el ruido es la razón por la que no puedo meditar. Es el responsable de mi intranquilidad e irritación. Es su culpa.
Pero, ¿es de verdad su culpa? ¿Puede un sonido entrar en la mente y hacerla sufrir?
La reactividad tiene una manera de hacernos creer en lo imposible. Busca tornar nuestra atención lejos de la verdadera causa y externalizar la culpa. El absurdo de la lógica de la reactividad se revela a sí mismo cuando hacemos de esta afirmación una pregunta.
Tilopa apremió a su discípulo Naropa a cuestionar el culpar a las condiciones externas de nuestro estado interno. Por mucho tiempo hemos creído que las condiciones externas determinan nuestro contento, y por eso hemos renunciado a nuestro poder.
Decir que estamos encadenados es decir que estamos limitados. Cuando Tilopa dijo, “la mente no está limitada por las apariencias”, estaba diciendo que nosotros no estamos limitados por las condiciones externas. Estas no nos retienen abajo, tan siquiera no de los modos que creemos que lo hacen. Esta afirmación es radical y va en contra de lo que pudimos haber creído durante toda nuestra vida.
La reactividad prospera en la brecha entre el cómo son las cosas y cómo quisiéramos que fueran. Esta es una manera de entender el aferramiento: es energía que se exterioriza y se extiende un poco más allá del presente. Cuando estamos viviendo de este modo, la mente se queda rígida y expectante. No puede aterrizar en lo que es.
Enredo
El ruido es importante -sea el ruido del tipo audible, o el ruido de nuestros propios pensamientos- porque el cómo nos comportamos con el ruido y otras condiciones cambiantes en nuestra práctica es el cómo nos comportamos con las condiciones de nuestra vida.
En la vida diaria, como en la meditación, estamos completamente absortos por estas apariencias. Nos quedamos atrapados en lo que está sucediendo. Estamos atados. Algunas apariencias son atractivas e interesantes. Esas las seguimos. Algunas nos retan y nos hacen sentir incómodos. Esas las tratamos de evitar. Algunas apariencias no parecen ser ni amenazantes ni benéficas. Esas las dejamos a un lado.
En otras palabras, no sólo estamos atestiguando las apariencias como transeúntes inocentes. Estamos atrapados en una relación de jalar y empujar con ellas. Estamos atrapados en la lucha. Tilopa llamó a este empujar y jalar “aferramiento”. Vemos el aferramiento en su modo más tangible en el modo en el que manipulamos nuestro ambiente, tratando de mantener el abhasa incómodo lejos de nosotros y mantener las apariencias atractivas cerca y a la mano.
Otro modo de poner esto es que nosotros estamos, por no tener mejor palabra para decirlo, enredados. No sólo estamos atorados con las apariencias, estamos enredados con ellas. El enredo [o entrelazamiento] sucede desde antes de que hagamos una elección. Nos lleva a una tendencia habitual a controlar la experiencia de una forma excesiva.
Debido a que este enredo es casi constante, no es fácil notarlo. Lo que notamos más es la reactividad que irrumpe en la superficie. Sin una pausa en este ciclo, realmente no sabemos qué es ser libres. Así que es un poco difícil ver el enredo al principio. Pero puedes sentirlo. Tú sientes el enredo como un jalón hacia el vórtex de tus opiniones, juicios y creencias. Lo sientes como un velo entre esta mente y el desenvolvimiento fresco de tu vida. Lo sientes en el cuerpo como una energía de aferramiento y de rechazo. El enredo es visceral.
Interrupción
En cierto sentido, el enredo es una cuestión de creencia. Nosotros no sólo atestiguamos las apariencias. Creemos en ellas. Les atribuimos realidad y consistencia. También creemos en el yo que las experimenta.
El Buda llamó a este creencia, delusión [o engaño]. Hemos malentendido la realidad -la realidad de que nada es sólido, separado, fijo, o predecible, y de que no hay un yo separado. El ver las apariencias en su luz verdadera sería verlas como un fluir, algo efímero y sin bordes. Esto requiere que nosotros saquemos al yo del centro.
Cuando Tilopa dijo, “Tu mente está limitada por el aferramiento”, él asumió esta creencia subyacente de que el yo y las apariencias están separados. Esta creencia de separación es llamada, en las tradiciones tibetanas, ignorancia primordial, por ser tan profunda y antigua. Quizás podríamos decir que la ignorancia primordial es el padre y madre del aferramiento. Sólo cuando objetificamos podemos aferrarnos.
Tilopa traza el camino hacia el despertar en una sóla línea: “Oh Naropa, corta con el aferramiento”. La metáfora de cortar y romper con esto implica que el despertar puede ser súbito, y que requiere la interrupción de las cosas como son habitualmente. Una creencia puede, teóricamente, colapsarse en un momento.
Pero una interrupción súbita no es suficiente. Las hiedras del aferramiento han estado creciendo por un tiempo muy largo, tan siquiera tan largo como el tiempo que llevamos vivos. Si tú crees en la reencarnación, han estado creciendo desde el tiempo sin principio, a través de ciclos de nacimiento y muerte sin fin. El aferramiento es un viejo hábito.
Agricultura del alma
Detrás de mi casa hay tres árboles de maple altos, rodeando un gran sauce viejo. Todos los árboles del jardín están enredados con una hiedra inglesa. La hiedra trepa por sus troncos. Ha estado creciendo por décadas, y sé que liberar estos árboles va a requerir cuidado y paciencia.
En el Mula Sutta (Discurso de las raíces, AN 3.69), el Buda trae la imágen de un árbol grande y hermoso. Creciendo hacia arriba y alrededor de este gran árbol, lentamente ahogando su vida, están tres enredaderas de apego, aversión e ignorancia. Un jardinero, el practicante, viene.
Para desenredar un gran árbol de una enredadera invasora, debes volverte íntimo con ambos.
El jardinero no sólo poda. El Buda describe el proceso de liberar este árbol como un proceso cuidadoso, prolongado, e incluso amoroso. En mi vida de jardinera he aprendido que las hiedras son así. No puedes sólo arrancar tu hiedra inglesa. La mejor estrategia es aprender cómo trabajar con ella por un largo periodo de tiempo.
Los árboles son las apariencias y la enredadera es el aferramiento. Hay un árbol de pensamiento, un árbol de emoción, y un árbol de condiciones. El cortarlos no es una solución. Los pensamientos, emociones y condiciones en nuestra vida son lo que nos hace humanos.
La labor de nuestra práctica es el desenlazar -con presencia mental, gradualmente y a profundidad- el aferramiento. El liberar el árbol de las apariencias es un proceso largo y cuidadoso, que requiere auto-observación, consciencia de uno mismo, y habilidad. Aquí es donde entra la meditación.
En la meditación, reducimos la velocidad. Observamos los árboles. Observamos las enredaderas. Aprendemos a discernir la diferencia entre lo que es nativo y lo que es invasivo. Desyerbamos, podamos, nutrimos y cuidamos. La meditación es nuestra agricultura del alma.
Intimidad
Para desenlazar un gran árbol de una enredadera invasora, debes volverte íntimo con ambos. Nosotros, los meditadores, a menudo cometemos un grave error al respecto de esto. Queremos volvernos íntimos con nuestros estados de confort y dejar atrás nuestros estados de incomodidad. Queremos abrazar los estados de concentración y dejar atrás los estados de agitación. Queremos cortar de tajo nuestros árboles.
Podemos ser perdonados por esto. Los entrenamientos iniciales en la meditación nos piden que regresemos nuestra mente una y otra vez a la respiración, o a otro soporte no conceptual. En la búsqueda para fortalecer nuestra presencia mental, etiquetamos casi todo -excepto la atención- como “distracción”. Esto funciona por un rato, pero no por siempre. Eventualmente el etiquetar la experiencia se convierte en un “volver otro” que es una forma más de aversión.
Los pensamientos y las emociones no son aberraciones de la condición humana, son naturales en nosotros. Son el abhasa interno. Para volvernos su amigo, necesitamos desarrollar una relación no-antagónica con las apariencias. Mientras nos sintamos amenazados por nuestros pensamientos, o seducidos por ellos, seguimos enredados.
El verdadero “cortar” es el volverse íntimos con lo que sea que está surgiendo. Esta intimidad es afectuosa y amorosa, pero no es indulgente. ¿Puedes amar tus pensamientos? ¿Puedes amar tu enojo? ¿Puedes amar tu miedo? El madurar como practicante es el abrazar este camino de intimidad.
El detenerse y ver las apariencias con ecuanimidad y curiosidad es un cambio del tamaño del mar. Sin embargo, el convertirse en un anfitrión gracioso de cualquier cosa que surja requiere un giro radical de perspectiva.
La manifestación de la conciencia
Hay un segundo significado de abhasa: luminosidad, o visión. Abhasa son los fenómenos, pero la naturaleza de esos fenómenos es visionaria, luminosa y efímera. Desde una perspectiva budista fenomenológica, estos surgimientos son el juego de la consciencia de uno mismo, la luz de la propia conciencia.
Si te detienes un minuto y observas, puedes atestiguar esta manifestación maravillosa y espontánea que parece venir de ninguna parte. La mente es tremendamente fértil. Presenta un despliegue milagroso de pensamientos, sentimientos y experiencias. Los maestros tibetanos tienen un nombre para esto: rang tsal, la energía natural e inherente de la mente.
En las tradiciones meditativas tibetanas, hay una relación crítica entre las apariencias (abhasa) y la energía inherente (rang tsal). Cuando estamos atrapados en el aferramiento, parece como si algunas de estas apariencias vienen hacia nosotros desde afuera. Otras apariencias, -esas que llamamos pensamiento, sentimiento, emoción y percepción, parece que vienen a nosotros desde adentro. Todas estas parecen significativas por su contenido. Estamos distraídos por lo que vemos.
Pero de vez en cuando, quizás nos demos cuenta de que lo que realmente estamos atestiguando -cuando atestiguamos las apariencias- es la energía natural de la mente (rang tsal). Mientras las manifestaciones de la mente cambian (nuestros pensamientos, sentimientos y percepciones cambian), la energía brillante detrás de la manifestación es un flujo y reflujo constante.
El reconocer el esplendor de la energía de la mente de esta manera lleva nuestra atención aparte del contenido de las apariencias. Aparta nuestra atención de la conceptualización (y su enredo subsecuente). Nos lleva aparte de las historias y reduce la obsesión. Este giro crítico de atención sube el velo de la delusión.
Cuando entendemos que estas apariencias son la luz de nuestra propia conciencia, ya no son distantes. Ya no necesitamos ansiar una belleza que se satisfaga a sí misma. Las apariencias ya no son amenazantes. Estas apariencias, que antes eran los gatillos que disparaban nuestro aferramiento, se transforman en nuestros amigos. Incluso se pueden volver una causa de libertad y de soltura.
El aquí y ahora
Quizás pensemos que el opuesto del aferramiento es la indiferencia, pero, en realidad, es la intimidad. A la intimidad se le puede aproximar con la mente conceptual. Podemos entenderla. Podemos imaginarla. Pero la aproximación no es suficiente. La verdadera intimidad, el tipo de intimidad que parece que expresa el Buda cuando le sonríe a sus demonios en la víspera de su despertar, es encarnada. La intimidad encarnada surge desde un cambio neurológico en nuestra respuesta a las apariencias.
Volviendo a la cuestión: ¿Cómo es posible quedarse quieto y pacífico, con la mirada baja y una sonrisa en la cara, mientras las amenazas se arremolinan tan cerca y a la mano? Es posible cuando uno encarna la intimidad con abhasa.
Justo al final del Mula Sutta, el Buda pudo haber descrito lo que pasa después:
[El practicante] mora en facilidad justo en el aquí y ahora -sintiéndose sin amenaza alguna, plácido, inalterado- y sin ataduras justo en el aquí y ahora.
Esta conexión entre la intimidad del Buda con los maras y la presencia radical de bodhi puede tener una llave simple, pero profunda para aquellos de nosotros quienes meditamos. Es una migaja de pan en el camino de la meditación. Los objetivos más importantes de nuestra práctica quizás no sean la concentración o foco, la relajación o incluso la tranquilidad. La intimidad quizás sea el objetivo y resultado más importante de nuestra práctica, su promesa más importante, porque lo que nos mantiene separados de la presencia radical es nuestra lucha con las apariencias.
ACERCA DE LAMA WILLA B. MILLER
Lama Willa Miller es la fundadora y directora espiritual de Natural Dharma Fellowship en Boston, así como de su centro de retiros Wonderwell Mountain Refuge, en Springfield, New Hampshire.
Ella es una maestra autorizada en la tradición budista tibetana, habiendo completado dos retiros de tres años, y es la autora de The Arts of Contemplative Care, Everyday Dharma, y Essence of Ambrosia. Su próximo libro explora la sabiduría natural del cuerpo.
ACERCA DE RATNA DAKINI (Traductora)
ratna dakini es una yoguini budista tibetana, poeta y traductora originaria de México. Ha publicado dos libros de poesía de dharma, el último titulado Sunbird (2020). Ha traducido para la Comunidad de Meditación de Tergar por Aprox. 6 años, y continúa traduciendo para Tergar, así como para la página en español de Lion’s Roar. Actualmente vive en San Miguel de Allende, donde enseña Yoga, practica danza y prepara un tercer libro de poesía.